Zóbel. Cuaderno de apuntes V

Imagínate un edificio -puede ser grande o pequeño- dividido en muchas habitaciones; cada habitación cubierta de lienzos de distintos tamaños: miles de lienzos. Algunos representan trocitos de naturaleza en color -bichos en sol o sombra, o bebiendo, o parados en un charco, o tendidos sobre la hierba- y, al lado, una crucifixión por un pintor que no cree en Cristo, y luego unas flores y unas figuras humanas sentadas o de pie o ambulando, y frecuentemente desnudas -mucha mujer desnuda en escorzo, vista de espaldas- y también habrá manzanas y bandejas de plata y un retrato de Don Fulano de Tal, y una puesta de sol, y una señora vestida de rosa, y un pato que vuela, y un retrato de Madame X, y unos gansos que vuelan, y una señora de blanco y unas vacas en sombra con motitas de sol, y un retrato del embajador de Y, y una señora de verde. Y todo esto viene cuidadosamente reproducido en un libro que además contiene los nombres de los artistas y los títulos de los cuadros. Libro en mano la gente se pasea de pared en pared volviendo páginas, leyendo nombres. Y luego se marchan, ni más ricos ni más pobres, y vuelven a sus quehaceres que no tienen nada que ver con el arte. ¿A qué vinieron?

WASSILY KANDINSKY

«Concerning the Spiritual of Art», 1912

VI

En cuanto al sufrimiento no se equivocaban jamás

Los Viejos Maestros: qué bien comprendieron

Su situación humana: el cómo ocurre

Mientras alguien come, o está abriendo una

ventana, o dándose un paseo aburrido;

Cómo, mientras ancianos esperan reverentes y apasionados

El Nacimiento milagroso, siempre hay algún

Niño distraído patinando al fondo

Sobre una charca al borde del bosque:

Jamás olvidaron

Que hasta el terrible martirio sigue su curso

De cualquier manera, en un rincón, en una esquina

Donde los perros viven su vida perruna,

Donde el caballo del verdugo

Se rasca el cándido trasero contra un árbol.

En el Ícaro de Brueghel, por ejemplo, todo se desvía

Lánguidamente del desastre: el labrador

Pudo oír el impacto, el grito desesperado.

Pero no hubo tragedia para él; brillaba el sol

Como tenía que brillar sobre unas piernas blancas hundiéndose

En el verde mar; el barco lujoso y delicado que debió presenciar

Algo insólito: un joven desplomándose desde el cielo,

Tenía su rumbo, y tranquilamente continuó su travesía.

W. H. AUDEN

«Musée des Beaux Arts», Collected Poems, (1933-38)

VII

Las reglas del juego se definen a continuación:

1. Investigarás lo desconocido hasta que se vuelva familiar.

2. Le impondrás repetición rítmica.

3. Le buscarás todas las variantes posibles.

4. Elegirás la más interesante de las variantes y la desarrollarás a costa de las otras.

5. Combinarás y recombinarás las variantes, la una con las otras.

6. Todo esto lo harás desinteresadamente, sin otra finalidad.

Estas bases son válidas a cualquier nivel, ya se trate de un niño jugando en la arena o de un compositor elaborando una sinfonía.

DESMOND MORRIS

«The Naked Ape», 1967

Un niño y un ladrón pueden enseñarte las diez reglas de la acción. Del niño puedes aprender tres cosas:

Está alegre sin causa.

Nunca se está quieto.

Cuando quiere algo lo pide con todas sus fuerzas.

El ladrón también enseña cosas útiles:

Trabaja de noche.

Si no termina la primera noche, continúa la noche siguiente.

Él y todos sus cómplices se aman los unos a los otros.

Arriesga su vida por poca cosa.

Lo que roba tiene poco valor para él; lo cambia por calderilla.

Aguanta golpes y sinsabores; le importan poco.

Le gusta su oficio y no lo cambiaría por ningún otro.

Un rabino hasídico anónimo, citado por W. H. Auden.

Se puede dar como máxima que todo aquel que no se deja guiar más que por sus inclinaciones ha terminado sus estudios en el momento de comenzarlos. Hay que luchar contra la vulgar y falsa opinión de que las reglas son las cadenas del genio. No encadenan más que al hombre sin talento; son como esas armaduras que adornan y protegen al fuerte, pero deforman y aplastan al débil que pretenden amparar.

SIR JOSHUA REYNOLDS

No vemos claro más que cuando estamos deslumbrados.

ANDRE LHOTE