Monetizando

¿Hay alguna sensatez en mantenerse erguido a base de principios? ¿Por qué es mejor eso que cualquier otra cosa, incluida la horizontal? El tiempo de los analógicos ha cambiado y aquello eran satisfacciones propias de otra condición humana. Lo digital nos está destrozando lentamente. Un tipo arrastrando una barra de hielo por las calles hasta que se le derrite no es un tarado o el tonto del pueblo sino un artista de renombre internacional, que debe cobrar bastante por tirar de la cuerda. De igual modo, mover una montañita de arena medio metro más allá no es cosa de peón de albañil sino de genio artístico. Genios de la era digital.

La capacidad de reproducción de la obra de arte ha sido multiplicada. A pesar de los esfuerzos de los conservadores y directores de museos por hacer que los cuadros no paren y pasen los años moviéndose de un lugar a otro metidos en cajas de seguridad, les gana el de la barra de hielo arrastrada por algo fácil de comprender: un cuadro puede viajar limitadas veces en la vida de cualquiera de nosotros y sólo unos pocos acudiremos al descorche. El tipo de la barra de hielo lo hace una sola vez -un solo esfuerzo y con poco gasto- y sale en todos los medios, no sólo artísticos.

La institución tampoco tiene mayor problema en almacenar la experiencia estética en uno de esos estupendos edificios en los que gasta millones: oportunamente se habrá hecho un vídeo o se habrán tomado fotografías que el artista, su marchante y la institución venderán de común acuerdo. Parece que no pero algo se va ganando.

¿Quiénes somos nosotros, infelices analógicos, para decir que el asunto es una barrabasada y que tanto daría que le entregaran una tiza y fuera rayando paredes -por lo de «pasárselo mejor que un tonto con una tiza»- si nada de lo que hayamos podido estudiar o aprender sirve para el caso? No hablamos de «obras de arte» -como recientemente nos advertía un crítico- sino de «experiencias estéticas» y de esas, convengamos, la mayoría tenemos pocas porque sólo se nos ocurren cosas complicadas y no sencillas -y que no estén hechas por otros- como esa de la barra de hielo y la montañita de arena.

El genio hoy se vende a patadas, hay más que en toda la historia pasada. Nos hemos librado de las cargas que nos impuso el maldito chamán al que le dio por pintar bisontes en una cueva de Cantabria, aproximado principio de lo analógico. Las escuelas y facultades de arte están a tope, puede ahorrarse dinero en la formación de los estudiantes aunque es de temer el amaneramiento: visto el éxito del tipo de la barra de hielo habrá quien pretenda triunfar universalmente y en vida arrastrando, qué sé yo, una caja de cartón vacía o un par de botas viejas, esto último en clara referencia culturalista al de la oreja cortada, un guiño al espectador que puede ser muy bien recibido por la crítica internacional. O muy mal, quién sabe.

Visto lo cual, y haciendo el calor que hace, me voy a poner en remojo. Nadie puede asegurar que dar unas brazadas mientras las chicharras se hacen pedazos frotando sus élitros no sea una obra maestra.