La falacia de bokeh

El bokeh <http://es.wikipedia.org/wiki/Bokeh>  ha hecho vender más objetivos a Leica que todos los fotógrafos que utilizan sus cámaras, excepto tal vez HCB, lo que no deja de ser paradójico y tener su gracia. Paradójico por cuanto se supone que una Leica es una máquina discreta para hacer fotografía en la calle o allí donde el fotógrafo no desea hacerse muy evidente y en esa clase de fotografía se trabaja todo a foco desde primer plano a infinito y tiene su gracia porque -cada vez más- quienes hacen vender cámaras a Leica son coleccionistas e individuos que no utilizan sus cámaras salvo para probar esa mandanga del bokeh y poder contarlo en algún foro.

Se nota que el nivel de vida ha aumentado mucho en 38 años y que Leica, comparativamente, ha bajado sus precios. Hace 38 años, como regalo de boda, un pariente rumboso me dio a elegir entre un coche y una Leica M4, mi primera Leica. Valían más o menos lo mismo. No un cochazo, evidentemente, pero sí uno de aquellos coches de gama media que hoy podrían costar alrededor de los 12.000 euros. No está mal.
Leica entendió hace unos años el mensaje y se puso a fabricar bokeh de primera, así como modelos de coleccionista, de vitrina, de Hermès, que tal vez hicieran alguna foto de la niña antes de quedarse heladas en una vitrina para siempre. Ahora han sacado -gran novedad- una M9 digital en titanio, lente incluida, diseñada especialmente por no sé quién.

En su tiempo las Leica pecaban de caras porque eran -lo siguen siendo, todo hay que decirlo- extraordinarias. Una herramienta para ganarse la vida, algo que heredarían tus nietos. La perfección de un reloj suizo dentro de un tanque alemán. Cámaras capaces de accionar medio millón de veces el mecanismo de obturación antes de necesitar una gotita de grasa. Los fotógrafos de guerra no querían otra cosa -hasta que Nikon sacó su modelo F- porque eran las únicas que no les dejaban tirados en las trincheras, en el fango o en el agua. Las Leica seguían funcionando cuando las demás habían expirado, como las pilas del anuncio. Todo eso era antes de que la obsolescencia programada apareciese en el horizonte y los fabricantes trataban de poner a la venta lo mejor que tenían, es decir, antes de la llamada revolución digital.

Era, también, un tiempo en el que los alemanes trataban con el mejor vidrio óptico del mundo y los tres mejores fabricantes de lentes eran Leica, Zeiss y Voigtländer, únicas compañías que manejaban un vidrio exento de impurezas y tenían ingenieros capaces de hacer los costosos cálculos para diseñar lentes. Japón era un mero copiador (véanse las Nikon y Canon de aquel tiempo, meras copias vergonzantes de Leica) manejando un vidrio de segunda. Demasiado buenas eran para tratarse de copias, no como las rusas (las famosas Zorki) que eran y serán malas por siempre jamás.

Cuando comprabas una Leica, o cuando te compraban como en mi caso, el dependiente te miraba de un modo que nadie ha vuelto a utilizar conmigo. Un chico tan joven y con su Leica, quién será, dónde irá, me estaré perdiendo algo. Buff, qué pavoneo del comienzo de la veintena.
Tuve ocasión de comprobar la fortaleza de mi Leica poco tiempo más tarde, en el estudio de Jaume Blassi, recién fregado. Como mi Leica montaba una lente colapsable, un formidable Elmar de 50mm, solía llevarla en el bolsillo trasero del pantalón. Me escurrí y caí sobre ella dando un golpe tremendo. No atendí al estropicio que me había organizado en el trasero sino al estado de mi joya bien querida. Sólo una pequeña abolladura sin importancia en la tapa de la lente. Nada que afectase en lo más mínimo a su funcionamiento.

Recuerdo, al hilo, que René Montarcé -un, entonces, joven fotógrafo argentino- estaba enamorado de mi Elmar. Él montaba un Summicron en su Leica, más grande y aparatoso, que le impedía guardarla en el bolsillo. Por qué montar una lente grande cuando con una más pequeña -y consecuentemente, más cómoda- podías obtener los mismos resultados (por aquí recuperamos el bokeh, un poco de paciencia).

Cuando se hicieron oficiales las primeras cámaras reflex (lo digo así porque cámaras reflex hacía tiempo que estaban en el mercado, como rareza, extravagancia o anomalía) fue toda una novedad eso de mirar la escena a través de la lente. Las Leica, y todas sus copias e imitaciones, tienen un visor directo que en absoluto depende de la lente o su luminosidad (el diafragma en su posición más abierta es el que marca el índice que define a la lente). Se comprende bien que, cuando has de mirar a través de la lente, el índice de luminosidad de la misma sea importante aunque esto haya sido llevado tan lejos en la actualidad que los fabricantes de cámaras y lentes diseñan verdaderos cañones de un peso inaguantable para llevarlo todo el día.

¿Qué sentido tiene todo esto? Los fabricantes han hecho de sus series estrella el no va más de la luminosidad pero a costa del peso, volumen y -consecuentemente- presencia de las lentes. Las perturbaciones han sido tales (la mayoría deberían ser manejadas con trípode o a velocidades de obturación muy altas para conseguir imágenes nítidas) que han debido inventar la tecnología IS (Image Stabilization, un esferómetro compensador que mantiene los elementos ópticos relativamente estables aunque el pulso tiemble) lo que, a su vez, ha hecho imprescindible agrandar aún más las lentes. Algo probablemente necesario para los fotoperiodistas deportivos que trabajan con un monopié o los de prensa que han de clavarse frente al político en rueda de prensa, a veces desde bastante lejos. Bien, nada de eso nos interesa aquí.

¿Por qué Leica se metió en la carrera de la luminosidad? Si al fotógrafo discreto le interesan las lentes pequeñas, ligeras, que le permitan disminuir su presencia en la escena y no tiene que encuadrar viendo una imagen a través de la lente sino de un visor directo, lo que es infinitamente más rápido y silencioso, por no hablar de otras ventajas, ¿para qué demonios se necesita una lente de luminosidad 1.4 cuando con un 3.5 se anda sobrado? Por el bokeh, paciente lector. O mejor dicho, por los ricos aficionados al bokeh, que pagan fortunas por tener derecho a tan bellos desenfoques. Ni siquiera  tiene razón de ser en fundamentos ópticos pues, si bien es cierto que el mayor rendimiento óptico de una lente se encuentra entre 3 y 4 diafragmas más cerrados que el índice de luminosidad (algo que adquiere mucho sentido en el manejo de cámaras de gran formato por la posibilidad que procuran de hacer un Scheimpflüg y colocar todo a foco sin necesidad de cerrar más el diafragma) los fotógrafos callejeros suelen trabajar en el tramo final de diafragmas, haciendo concesiones al flare, aún muy tolerable en las lentes para cámaras de paso universal, optimizadas para trabajar a esas aperturas.

¿Me creerían si les dijera que hay manadas de propietarios de cámaras Leica, enamorados hasta tal punto del bokeh, que sólo disparan sus cámaras al máximo de apertura? Por increíble que pueda resultarle a un fotógrafo, así es. SummiluxNoctilux… nombres absurdos para lentes conscientemente aumentadas de peso, tamaño y rendimiento en las aperturas iniciales -lo que las encarece innecesariamente- que nunca serán utilizadas por el fotógrafo que usa su Leica para fines más -cómo decirlo sin molestar- habituales. Una política empresarial que, pese al sinsentido, está produciendo resultados económicamente excelentes para Leica, como para Canon y -también ya- para Nikon.

¿De qué depende el dichoso bokeh, por último? De la forma que adoptan las laminillas del diafragma al cerrarse. Leica utiliza esas laminillas de modo que forman un círculo perfecto. No hay más.