El alacrán azul (5)

Trinidad es una ciudad que vale la pena visitar aún sabiendo que en las calles en torno a la catedral no te dejan dar dos pasos sin ofrecerte algo, que es lo de siempre: sitios para comer, casas para pernoctar, tabaco, música o mujeres. Por separado o todo junto porque los hay multiservicios. Además están los puestos callejeros de labores de hilo o ganchillo, unos tipos que con latas de refresco hacen unos cochecitos muy graciosos, otros que con la anilla de esas mismas latas se montan unos bolsos para mujer de lo más aparente y las bodegas que, como es habitual, están casi desabastecidas. Olvido los puestos callejeros de fruta, algo muy recomendable.

Sobre el tabaco: siempre te ofrecerán cohibas pero no te lo creas. Al turista le gusta comprar gangas, tener la sensación de que ha engañado al indígena pero suele resultar lo contrario. No son cohibas lo que venden sino cigarros que no son aptos para el empaquetado y la venta en el extranjero. Demasiado apretados, algo torcidos… los que no pasan la inspección final y son rechazados. Los trabajadores se quedan con ellos y la red los distribuye. Hay a quien no le importa comprar esos habanos y meterles fuego para poder contarlo: «Compré un cerro de cohibas sin etiqueta, cojonudos y a la mitad de precio». Bueno está pero los únicos cohibas a los que meter fuego son los que venden en los puestos del gobierno y a su precio, que no es barato.

Hay quien te regala estos otros, los que no son cohibas. Es una manera fácil de entrarte, sacar del bolsillo unos cuantos puros tras decirte que sus abuelos eran españoles y regalártelos. Después vendrá el resto. Puedes rechazarlos y se hará el ofendido o guardártelos y seguir caminando sin hacer caso a las protestas de amistad. Una buena defensa, si no eres fumador, es decirlo y argumentar que aquí ya no fuma nadie porque está prohibido o casi. Están al tanto, lo saben y como son muy resignados ya no te molestarán más. O puedes tirar por la calle del medio, hacerte amigo, que te lleve a su casa, dejarte con la familia unos cuantos pesos y ver cómo es la vida real de estas personas. Es la otra opción.

Trinidad vale la pena, decía, porque es una ciudad muy española, de las que tuvimos y ya no tenemos. Los andaluces se sentirán cómodos en ella, especialmente los mayores: balcones grandes enrejados hasta la acera, zaguanes frescos y acogedores, amplios, patio con flores y habitaciones alrededor de ese patio. La casa romana en toda su pureza, el tipo de casa que ha venido predominando en el sur de España hasta la llegada de la destrucción programada. Las fachadas de colores vivos y un sol muy fuerte que crea sombras de bordes acerados completan la ilusión. He estado un par de veces en esta ciudad y termino pensando lo mismo: que hay que ver el cogollo de la ciudad antigua pero salir pronto de él para disfrutar la Trinidad viva, sin reclamos y con la gente haciendo, resolviendo y trabajando. Sin que estén más pendientes de ti que lo necesario para una mirada breve y cargada de curiosidad.

Dentro de un corral con gallinas y un cerdo atado a un tronco, a la sombra de uno de estos grandes árboles exóticos, ensaya un combo sonero. Uno de los músicos, el que canta y toca las maracas, tiene un brazo más pequeño que el otro, un brazo de hombre y un brazo de niño. Canta bien, tiene una voz muy propia y ensayan para la noche, para tocar y cantar en alguno de los hoteles de turistas. Me siento un rato con ellos y me preguntan si quiero escucharles algo. Soy rutinario y les pido los «Veinte años» de María Teresa Vera. Hacen una bonita versión que contrasta con la viveza del sol que se cuela entre el follaje y el picoteo de las gallinas alrededor. Vale, sí, es una cosa muy sentimental. Hasta triste. Qué quieren, eso del dolorido sentir garcilasiano no le acompaña a uno como una segunda piel sino como la que tiene más a mano, la que se frota con jabón cada día intentando desprenderse de los amores rotos y las amistades traicionadas, de los fracasos y de la torpeza, de la desconfianza que se te ha instalado dentro termiteando las pocas horas felices. Como las termitas, sí, cuya labor secreta sólo aparece cuando se rompe la viga. Por fuera estaba todo bien, en orden, pero se habían comido el interior sin ser advertidas.

Cerca de Trinidad hay una bonita playa, por si echan de menos el mar y quieren pasar unas horas azules. Elijan bien si no quieren terminar en uno de esos lugares con brazalete y barra libre. Estoy avisado y sólo vengo escapando del turisteo de Trinidad, de las personas como yo. Aquí hay menos gente y se puede comer algo de pescado fresco. Por la noche me iré a dormir a Cienfuegos, la ciudad de Camilo y Benny Moré.