Sander

Llegó la crisis personal, la enfermedad, en forma de toro que te atropella y te da un revolcón en el que es más el susto que las consecuencias. No perderle la cara a la enfermedad, como el buen torero no se la pierde al toro pera evitar justamente eso, el revolcón. Esta vez con más susto del habitual.

De vuelta en casa una mano bendita había dejado esperándome la edición completa de «Hombres del Siglo XX» de August Sander, en la selección y forma que el autor sacó en vida. No tuve fuerzas para abrir la caja hasta el día siguiente y tampoco sabía lo que venía dentro.

Hay muchos fotógrafos que han hecho y siguen haciendo retratos pero mi santísima trinidad es la que componen August Sander, Lewis H. Hine y Paul Strand. De los tres el único que asumió la fotografía como arte fue el tercero. Hine comenzó a utilizar el medio para denunciar las condiciones de los inmigrantes en la muy triste Ellis Island y Sander era un fotógrafo comercial, uno de tantos, que un día aspiró a representar la sociedad alemana de un tiempo. Dotado de un gran dominio técnico y de un olfato estupendo, Sander acabó construyendo una de las obras emblemáticas de la fotografía del siglo XX.

He poseído en diversas ocasiones libros de Sander -incluso uno que perteneció al fotógrafo cubano Jesse Fernández- pero, por algunas razones que no comprendo del todo, siempre han volado. Prestados y no devueltos, regalados, qué sé yo. Todavía quedan por casa un par de ellos, con selecciones incompletas. El inesperado regalo viene a rellenar de modo definitivo -nunca saldrá de casa- el vacío que los desaparecidos han ido dejando.

Mi primer conocimiento de la obra de Sander fue junto a un paisaje de nieve y chopos, un frío día, en una institución artística de la ciudad de Cuenca. Corrían los primeros años de la década del setenta. Había entonces una revista de fotografía como nunca he vuelto a ver. Se llamaba Camera y tengo entendido que se editaba en Suiza. El diseño y las reproducciones eran extraordinarios, todo puesto al servicio y lucimiento de las obras y no al revés. Un buen diseño es aquel que no se nota y permite ver las obras sin los codazos del diseñador («Tú, fíjate qué bien, mira qué detallito, mira esta chuminadita»). Como el caso del mejor museo (aquel en el que el contenedor no interfiere lo más mínimo con el contenido al punto de que si te preguntaran a la salida no sabrías describirlo, pues no te has podido fijar).

El museo en el que yo trabajaba aquella temporada estaba suscrito a la revista y se recibía cada mes. Había doble motivo para celebrarla: Camera había publicado un portfolio de mi buen amigo Cristóbal Hara, jovencísimo fotógrafo entonces y ya con portfolios en revistas tan importantes y una exposición personal en un museo británico.

El número estaba dedicado a Hine y Sander y no podía saber quién me gustaba más. Aquellas fotos tan humanas, tan sin filtros artísticos de Hine, maestro de Strand, o aquella solidez rocosa del fotógrafo de Colonia. Pongo aquí algunas de las fotos que aparecían en aquella publicación. Han pasado los años y sigo pensando que la selección era muy acertada.

Sander quiso enseñarnos cómo era, qué aspecto físico tenía, la gente de un tiempo y de un país. Quiso abordar el trabajo enciclopédicamente, casi como un catálogo: la gente del campo, los trabajadores cualificados, los artistas, la gente de leyes, las mujeres…

Con la llegada de los nazis al poder, Sander tuvo algunas dificultades para justificar su actividad. Su hijo, izquierdista, fue encarcelado y el fotógrafo se refugió en el paisaje. También aparecieron algunos soldados nazis en sus negativos, como no podía ser de otro modo.

La obra de Sander ha terminado por adquirir un prestigio universal. Se le han querido buscar tres pies al gato y se ha hablado de precursor de la fotografía «objetiva» (lo que mejor exporta actualmente Alemania) pero Sander es tan sólo -nada menos- un buen retratista, un formidable retratista pegado al suelo y sin la menor gana de levantar vuelo. No es un convencido de la excelencia humana por encima de las circunstancias como Strand y tampoco intenta causarnos conmoción como Hine (o eso tan gracioso que dice mi amigo JC de los retratos de Walker Evans, que si te encontraras con los retratados les darías limosna). Es un fotógrafo con mucho más interés por la forma de lo que a primera vista podría pensarse. La foto siempre se adapta al personaje, estableciendo un diálogo entre forma y expresión, como en la foto -rocosa- del soldado en el que la dureza del uniforme y el casco quedan en entredicho por los ojos y la expresión del rostro.

Internet no es el medio para mirar fotografías pero es lo que hay. Los negativos de Sander no se hicieron para ser contemplados por este medio y no dan la riqueza de matices que poseen. Digamos que son, lo que aquí podemos ver, una lectura diagonal de las obras que representan.