Dos leicas y un abismo

A estas dos cámaras las separan 60 años. Una ha sobrevivido intacta durante todo ese tiempo, la otra sólo lleva un año en el mercado. Nada más alejado, en términos de concepto fotográfico, que el de estas dos cámaras, aunque una se haya inspirado en la otra. Una es digital y la otra nació como respuesta a la demanda de cámaras que pudiesen aprovechar la película perforada que, en lo que llamamos formato 35mm (24x36mm, en realidad), se fabricaba para el cine. El inventor, Oscar Barnack, tuvo una idea genial y revolucionó la fotografía haciéndola más liviana y llevadera. La Leica de hoy, la digital que traigo, no creo que revolucione nada toda vez que depende en buena parte de tecnología ajena a la fábrica de Wetzlar.

Se trata de la Leica X1, digital, y de la Leica 1f tan por completo analógica que carece hasta de telémetro para enfocar. En su tiempo iba dotada de uno de quita y pon para los aficionados pero los fotógrafos que sabían lo que hay que hacer prescindían de él. Ambas, si queremos encuadrar ópticamente, necesitan de un visor externo que es excelente en los dos casos. La digital incorpora fotometría en la propia cámara y la otra ha de ser manejada a ojo o, en otro caso, llevando un pequeño fotómetro de mano en el bolsillo y midiendo la escena antes de disparar (o calculando previamente la luz en la zona en la que pretendemos trabajar).

La X1 monta un objetivo equivalente a 35mm en el formato 35mm, valga la doblez de términos. La 1f lleva montado en esas fotos un Super Angulón de 21mm fabricado por Leica, aunque el diseño -como es sabido- no es suyo. Es una lente de una grandísima calidad y hay quien dice que es superior a su equivalente actual, que distorsiona más. Un objetivo muy pequeño, muy ligero, que a f/5,6 ya enfoca todo entre infinito y más o menos 1 metro, dando su mejor rendimiento óptico entre f/8 y f/11, con todo a foco entre infinito y medio metro. Una lente, pues, muy fácil de utilizar y tan rápida como el fotógrafo quiera: con colocar el diafragma a f/11 y no tocarlo, situando los extremos de la hiperfocal entre infinito y 0,50m, y mover sólo el dial de velocidades para ajustar la exposición, está todo resuelto.

Sorprendentemente, para ser una lente de los años 60, resuelve admirablemente bien la reproducción de color, con ese toque tan característico de las lentes de aquellos años que hoy arrebata a algunos que desean salirse del color habitual de las modernas digitales. Pero donde arrebata este objetivo es en blanco y negro, ahí es difícil de batir por lentes actuales.

La 1f que muestro está muy bien conservada, prácticamente nueva. La compré en Alemania por 500 euros, sin lente. La Leica X1 cuesta en España tres veces esa cantidad y es mucho más lenta trabajando. La 1f puede trabajar con cualquier lente Leica de rosca pero yo sólo la utilizaría con el 21mm citado, un 35mm o un 50mm aunque preferiblemente con los dos primeros al ser más amplio de rango el uso de la hiperfocal y cometer menos errores por tanto. Ambas cámaras, si las llevamos sin correa, se disimulan muy bien en la mano y pasan muy desapercibidas. Caben en un bolsillo de chaqueta o abrigo pero no son exactamente una Rollei 35 como para meterlas en el bolsillo de la camisa.

Leica solía desmentir con sus productos lo que se decía hace muchos años acerca de que una cámara pequeña con una lente pequeña no puede dar la misma calidad óptica que una cámara más grande con una lente grande. El tamaño de una lente no tiene que ver con su calidad sino con la luminosidad, un término bastante equívoco por otra parte pues, si bien un objetivo con una luminosidad 1.4 permite disponer de un par de diafragmas más no es menos cierto que a esa apertura apenas disponemos de profundidad de enfoque, o campo. Cada cosa para lo que es: un fotoperiodista, un paparazzi, deben utilizar lentes muy luminosas y consecuentemente muy pesadas y grandes porque suelen trabajar a piñón fijo pero todo eso carece de sentido en una cámara que se quiere rápida, ligera y poco evidente, una cámara de paseante, de machacar calles. Completamente absurdo en una telemétrica donde, además, no vemos la escena a través del objetivo.

Medir la luz en la escena en la que vamos a trabajar con un fotómetro de bolsillo es fácil. Para blanco y negro y negativo de color es preferible utilizar el método de luz incidente -como alguna vez he dicho- y para diapositiva la luz reflejada. Este últimos material tiene menos tolerancia en la exposición y revelado por lo que es conveniente fijar sobre todo las luces, dejando que las sombras se vayan donde quieran. En el caso del blanco y negro exponemos para las sombras, algo que se consigue mejor midiendo luz incidente. Seguiremos en esto el viejo axioma fotográfico «exponer para las sombras y revelar para las luces«, lo que es muy sencillo de entender si tenemos en cuenta que durante el proceso de revelado del negativo las luces se revelan pronto y el revelador se agota en ellas pero las sombras continúan revelándose hasta llegar a quedar sin detalle, en el caso de prolongar demasiado el tiempo de revelado. Por eso deberíamos testar nuestro sistema de trabajo (cámara, lente, fotómetro, revelador) para encontrar el tiempo de revelado que es ideal para nosotros, según lo que queremos conseguir en cuanto a aspecto de la copia final*. Digamos que un negativo bien expuesto y bien revelado es muy fácil de copiar en papel, sólo con una copia directa ya tendremos mucha información por todas partes y de ahí podemos pasar con mucha facilidad a una copia más creativa, con los correspondientes dodging and burning allí donde convenga.

Con todo lo sencillo que es medir la luz en la escena donde se va a trabajar, no evitaremos errores, a veces de bulto (y nos pasa a todos). Día de sol muy luminoso con sombras ligeras, f/16, 1/500 en la luz y f/16, 1/125 en la sombra, con película de 400 ISO. Memorizamos eso y ya estaría todo en orden pero de pronto un personaje interesante cruza la escena y pasa de la sombra a la luz, lo seguimos tan embelesados que olvidamos cambiar el dial de velocidades y ¡zas! disparamos en plena luz con la exposición correcta para la sombra. Los fabricantes de película y reveladores siempre nos venderán que su producto permite 2 o 3 pasos de exposición sin inmutarse. Y es cierto en el sentido de que la imagen aparece pero nuestro negativo ya nunca será un buen negativo y, en el caso de que la imagen sea realmente muy buena y haya que intentarlo, la copia será un tormento. Hace poco colgué un enlace a una entrevista con el printer de Cartier-Bresson y Koudelka, dos de los que eran capaces de embelesarse de tal modo con la escena que olvidaban hasta que tenían un aparato mecánico en las manos, una cajita oscura y maravillosa pero tonta. Ese hombre es un santo, alguien capaz de sacar tanto partido a negativos tan defectuosos no merece otro calificativo. Fallaremos de vez en cuando, en cada carrete habrá unos cuantos fotogramas que no sirven para nada pero sean sinceros y confiesen si no es aburridísimo eso de la fotometría matricial a través del objetivo, esa fotometría tan sosa, tan igualitaria, tan siempre igual carrete tras carrete.

* Por citar algunos ejemplos: Brett Weston exponía y revelaba sólo para las luces dejando que sus sombras se quemaran, buscando ese aspecto tan gráfico que tiene su fotografía. Irving Penn también medía y revelaba para las luces dejando que las sombras se le fueran al negro. Ansel Adams medía la escena en conjunto con un fotómetro spot y exponía para las sombras, ajustando el revelado a la lectura de las luces. Sus negativos son modélicos, perfectos aún antes de proceder a tapados y quemados para dar más interés a la copia.

Con un negativo que está bien expuesto y revelado, aunque las luces estén algo bloqueadas, será muy fácil sacar partido en la ampliadora.