Epílogo habanero

Tras perder el dominio de Cuba, la Mafia no se iba a quedar de brazos cruzados. Castro aún no lo sabía pero una de las piezas claves del Movimiento 26 de Julio, Frank Sturgis, antiguo contrabandista de armas, fue contratado por la Familia para organizar un complot cuyo fin era asesinarle. La CIA parece que no andaba lejos.

Un millón de dólares era el precio que los hampones estaban dispuestos a pagar para eliminar al jefe de los barbudos. Lansky puso el dinero sobre la mesa y mantuvo la oferta durante todo el año 1959.
Como la música cubana -fusión avant la lettre del jazz norteamericano y las músicas isleñas-, el deseo de ver a Castro muerto terminó fundiendo voluntades: tanto la Mafia como la CIA y los cubanos del exilio apostaban por esa carta. Finalmente fue la CIA quien asumió la responsabilidad de organizar el asesinato mediante la conocida como Operación Mangosta. Nada nuevo ni escandaloso si se piensa que la Marina norteamericana ya había tenido tratos sucios con Luciano y Lansky en la década de 1940. Tampoco es extraño que veamos reaparecer en la historia al mafioso Santo Trafficante como interlocutor de la CIA. Los intermediarios fueron los hampones Giancana y Roselli, ambos con intereses económicos en la isla que pasaron a poder del nuevo régimen.
Ahí comienza la leyenda de los muchos intentos de asesinar a Castro, la mayoría de las veces con técnicas que parecen sacadas de las viejas películas de James Bond: píldoras letales, puros explosivos o infectados, caracolas-bomba en el fondo marino en el que Castro gustaba bucear. Hay un divertido documental sobre el tema. Se dice que fueron 1.006 intentos siempre fallidos. Kennedy, ahora presidente y antes -en tiempos del dominio de la Mafia- huésped de la misma en orgías muy bien organizadas, estaba al tanto de las operaciones incluyendo, claro, la frustrada invasión de Cuba por Bahía Cochinos.
También Batista vivió el resto de su vida con el miedo metido en el cuerpo. Refugiado en la isla portuguesa de Madeira con más millones de los que podía gastar, se dedicó a escribir libros plagados de mentiras y verdades a medias, tratando de justificar lo injustificable. Los cálculos más pesimistas cifraban en unos cuarenta millones de dólares su fortuna personal.
Trafficante acabó metido en un complot contra Kennedy, quien había despertado no sólo las iras de los anticastristas de Miami por el fracaso de Bahía Cochinos sino también de la Mafia. Se dice que no fue ajeno al magnicidio.
En cuanto a Lansky, menos dado a las situaciones de alto voltaje y amigo de permanecer escondido, terminó convertido en una moderna versión del judío errante según dice T. J. English con humor en su estupendo libro. Escapando del FBI terminó siendo rechazado en Israel y volvió a los Estados Unidos donde falleció de cáncer. Los millones que se le suponían nunca aparecieron.