Diarista, acosador y tonto

Tengo un diarista que me acosa pero es tonto. Parece que en estos tiempos todos debemos tener un diarista de cámara, alguien que apunte nuestras cosas y les saque partido literario. Lo malo es que el mío es muy bobo y le ha dado por acosarme. Lleva años haciéndolo, a base de X y P, lo cual es mucha obsesión para -según me dijo- haberle hecho el desprecio de olvidar un libro sobre la mesa. Suyo, un libro dedicado que obra en mi poder.

Yo siempre me lo he tomado a risa, a cuchufleta, porque el tío no da para más de puro ondulado y donfiguras que es. Me empezó a cabrear que arremetiera también con la familia y, no contento con ello, con mi olivarcito de San Antonio donde pone unas petunias que nunca han existido. Como broma tiene un pase pero para uno que presume de decir la verdad resulta una broma bobalicona.
Se esfuerza bastante, no piensen otra cosa, porque es muy aplicado, muy hormiguita laboriosa. Suple con esa aplicación el talento de que carece. Diría que carece a raudales, oceanográficamente hablando. Desde jovencito, fue un tenguelengue, un figurillas que daba a entender. Me sorprendió mucho que alguna gente me preguntase por su mansión de gran burgués pues enseñaba las casas de los amigos como propias, en fotos y documentales y con su afición al dar a entender la suerte estaba echada. Un burguesón decadente, un hombre de mundo, con mucha alma y mucha vida a cuestas que entretiene su espíritu entre su casa de Madrid y la quinta extremeña.
Yo siempre le he conocido igual de aplicado, a todo, incluso a la mesa camilla que dijo el finado Rivas en su célebre supositorio. Ha escrito más páginas ya que Proust y Stendhal juntos y lleva camino de superar con creces a Galdós.
El modelo hace agua porque no se puede estar a dos o tres velas tan diferentes: no se puede ser novelista (lo intenta pero es malísimo) andar al tiempo entre el ensayo erudito y las evanescencias juanramonianas.
El estilo del diarista acosador encaja perfectamente en lo que Connolly llama «el estilo mandarín», esto es, imposta sentimientos que está lejos de sentir y se empeña en diferenciar por todos los medios la lengua escrita de la lengua hablada.