Antonio López (I)

Antonio López nunca habla de estas cosas pero cuántas veces ha tenido que sufrir que le perdonen la vida. Cuando era muy joven le dejaban vivir a condición de que no sacase los pies del plato. La escena estaba dominada entonces por la gente de El Paso y Dau al Set, una bonita colección de triunfadores con reparos. Tàpies llegó a escribir -a poner por escrito, pendiente siempre del éxito ajeno no fuera a incomodar el suyo-, que la pintura figurativa es vaticanista. Chúpate ésa.

Yo no sé qué puede significar algo así pero sé que pretende insultar. Si ser un pintor vaticanista consiste en estar al mismo nivel que Le Stanze o que el Laoconte restaurado por Miguel Angel el insulto se vuelve lanza y agrede al emisor porque ninguno de sus cartonajes o pulverulencias estará jamás a ese nivel.
Humillaciones sin cuento, hechas con muy mala intención, que estos ojos han visto. Colgarle los cuadros de modo que otros pintores, muy inferiores, de la misma cuerda figurativa, sobresaliesen más. Darles el sitio preferente y arrinconar a Antonio. Sutilezas que tal vez el público ignaro no notase pero que saltaban de ojo.
Cuando vieron que no podían con él por lo pictórico o escultórico, que siempre rehuía la confrontación y la guerra, que no frecuentaba los cafés ni perdía cinco minutos en discusiones, lanzaron otra especie: es un inculto y un paleto de Tomelloso, al que le salen bien las cosas en un estilo chabacano y populachero, para agradar a los indigentes mentales.
Recuerdo a cierto crítico vanguardista y prisáico pidiendo a gritos que lo dejasen en Albacete, único lugar dónde merecía exponer sus obras. O a cierta directora de museo enfadada porque había heredado la antológica de Antonio de hace unos veinte años y no le apetecía hacerla aunque luego fue la exposición más visitada entonces. Intentos de trastabillar a un hombre que nunca se ha metido con nadie, que jamás ha puesto una zancadilla ni influido en los poderosos para torcer carreras o voluntades.
Cierto diarista, amador de un pintor muy mediocre y literario, se sumó a la maledicencia tratando de ahondar en la incultura supuesta de Antonio. Y cierto es que no escribe ni escribirá, probablemente, sobre nada. Eso no impedirá que su pensamiento estético sea muy complejo sin ampulosidades, que su formación visual sea de las más completas -sin rarezas- que uno haya conocido y que la aparente sencillez de su modo de producirse en público no esconda una mente tan aguda como un cuchillo afilado.
Antonio es en su obra y tras ella se oculta. No morirá como los peces, por la boca, y siempre hará buena la frase que Kant coloca al principio de su Crítica: De nobis ipse silemus.