Castigando a los fotógrafos

Seguir los productos fotográficos que el mercado ofrece es una verdadera tortura, un castigo. Apenas se ha instalado uno ya otro pretende sustituirlo. No da tiempo ni a dominar los molestos y cada vez más abundantes menús.

La oferta es brutal y sólo muy arriba, en el campo profesional, las cosas están algo más quietas, aunque no dejan de ofrecer cada año productos nuevos que dejan obsoletos los anteriores. Sin embargo, el verdadero negocio está en los aparatos de hasta mil euros. Eso es tremendo y lo había analizado muy bien el desaparecido fotógrafo Koldo Chamorro, aunque nunca llegó a publicarlo.
La obsolescencia programada, la necesidad del mercado de innovar perpetuamente para que la industria se mantenga. Lo explica muy bien el fotógrafo norteamericano Bruce Barnbaum en un artículo que publica en su blog el amigo Kowska; para qué repetir lo que allí se dice.
Quienes llevamos muchos años en esto de la informática recordamos los diskettes, la cinta Travan, el zip, los discos magneto-ópticos, y alguna otra cosa que se me olvida, antes de llegar a los cd o dvd actuales, aunque ya muchos estemos utilizando el sistema Drobo para almacenar archivos de imagen. Todo será arrasado por otros sistemas que están siendo puestos a punto o experimentados por los fabricantes. Y podremos traducir al nuevo sistema o no, será cosa de verlo. O lo peor de todo: podremos traducir durante una rendija de tiempo y después ya no, del mismo modo que yo he perdido toda la información cuidadosamente almacenada en discos magneto-ópticos, que aún conservo a sabiendas de que nunca más me volveré a topar con un dispositivo que permita la traducción, por cuestión de puertos y compatibilidades.
La fotografía digital o el arte de la fugacidad, que parece es el deseo final de nuestro tiempo. La mayoría de gente se conforma con ver las imágenes de sus vacaciones o familiares en el ordenador, muy pocas pasan a papel, y dichas imágenes mueren con el ordenador en que se albergan. Tengo en casa un pequeño daguerrotipo de un familiar y aún sigue ahí colgado de la pared, impertérrito al paso del tiempo, mirando vivamente desde el marco.
Lo que me temo es que la cosa no tiene solución y el fenómeno recuerda -como dice mi amigo JC- al de aquellos años en que se inventó la cámara de 35mm y comenzaron a salir aficionados por todas partes. Hace unos días me encontraba por la calle con D. el viejo fotógrafo, ya retirado, uno de los tres que hubo en el pueblo, y me refrescaba con sus palabras: cinco generaciones de fotógrafos a las espaldas, es decir, que sus antepasados vivieron la época de Daguerre. Ni mención de los archivos, que no sé adónde habrán ido a parar, y que servirían para documentar siglo y medio de la vida local.
Es probable que, desde el punto de vista de la conservación, los archivos de quienes han decidido dar la espalda a los tiempos y mantenerse mientras puedan en la fotografía química se conserven mejor en el tiempo. En tal sentido, documentalmente, si sus fotos no son todo lo buenas que ellos desean servirán cuando menos para dar testimonio del aspecto de los seres y las cosas de un tiempo, el nuestro, que también se escurrirá por las alcantarillas.