Mañana de niebla

Mañana de niebla, tarde de paseo -suelen decir los pocos castizos que van quedando. Y lo cierto es que en torno al Tajo se forman unos bancos de niebla tremendos en cuanto se adentra el otoño y hay suficiente humedad en el suelo como para que el sol la levante. Tras llegar las lluvias llegan las nieblas y disfrazan todo, no con blanco sudario -que dice el manido- sino con una molesta pantalla gris que estorba al conducir y mete miedo en el ánimo.

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La felicidad nuestra se basa siempre en la infelicidad de otros. La vida es una elección continua y nuestro camino hacia el final un reguero de víctimas.
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Me hurgan las contraseñas y se divierten enredando con este blog, como niños traviesos. Ignoro qué pretende quien a tales cosas dedica el ocio pero -piensa mal y aciertas- puedo saber quién se encuentra al final de la cadena.
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Borja Villel, ese hombre seguro de sí mismo, ha recuperado para el museo Reina Sofía a diversos artistas que coinciden generacionalmente conmigo. Por supuesto ha elegido aquello que le es afín, lo que él piensa que refuerza su pobre concepto de la historia del arte español contemporáneo. Siempre lo mismo: lo oficial por un lado y lo real por otro.
La diferencia es que yo me sigo orinando en la puerta de la Academia -le dijo Alberti en el único gesto simpático que le conozco a un asombrado Dámaso.
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El gato -es de actualidad hablar de ellos desde que Uriarte saca a uno en sus Diarios- te quiere pero te hiere. No es consciente de lo afiladas que tiene las uñas y, en el máximo gesto de devoción a tu persona, te ha clavado las garras en el cuello para agarrarse más firmemente y poder lamerte solícito. Me pregunto si no padezco la misma manía.
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La alimentación nos limita mucho. Hay zonas enteras del mundo a las que yo no puedo viajar. Nada que repte o se arrastre, nada de sangre cruda ni vísceras, tampoco monos, gatos o perros. Ni oveja, borrego o cordero. Tampoco los sesos, ojos o lengua y nada que recuerde a una rata.