La primera borrasca

Resulta inevitable dar el parte meteorológico a estas alturas del año. Los días de terraza se acabaron y ahora hay que meterse en el café a soportar la chicharrita y el cacareo que, en un lugar pequeño, retumba hasta la tortura. Detrás, en lo que ahora es restaurante, hubo una fábrica de hielo -pequeñita, lo justo- y después sala de billar. Una sala de billar que podría parecer canalla pero que más bien era inocente y con algún artista local en camiseta de tirantes. Entonces no había estas manadas de visitantes de puente o fin de semana.

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No sé si lo colgué días atrás pero sigue apareciendo en mi cuaderno de notas: «Malinterprétame correctamente» -dice Sibelius. Y es una frase como para cincelar, incluso en la tumba propia.
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Dice Nikos Megrelis en Shooting vs Shooting que en la guerra de Irak se han sobrepasado todos los límites en cuanto a informadores asesinados. Da unas cifras: entre 1955 y 1975, en Vietnam, murieron 65. En Irak van 210. Una sangría pero el tiro al cámara es rentable por el miedo a los tribunales internacionales, toda vez que se han utilizado películas y fotografías para identificar autores.
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De momento no llueve sino que sopla un aire fuerte. Mientras persista no lloverá y seguirán molestando las cervicales. Mi vecina Felipa se mantiene en su casa, silenciosa y seguramente postrada. Los que andamos tocados nos llevamos mal con los cambios de tiempo. Miguelito se me acercó ayer en la plaza pero no quería nada, sólo expresar el desconcierto de su mente por esta situación.
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Le han dado el premio nacional de fotografía a Rafael Sanz Lobato. Un gran técnico y una complicada persona.
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Con el estilo se disimulan los defectos. Alguien hábil puede hacer que parezcan virtudes, por eso -hoy más que nunca- es preferible la torpeza honesta del que hace lo que puede porque no sabe más.
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Estoy cansado de decirlo: a la música la ha preservado la dificultad, la imposibilidad de camuflar las carencias mediante el estilo: o das la nota o no la das. No es un arte democrático. Me refiero, claro está, a la llamada música culta. Mantener un legado histórico tan importante requiere virtuosos, requiere hondura, requiere esfuerzo personal. Elementos que no pertenecen al acervo de las masas sino de los individuos. La pintura, la escultura, se perdieron para siempre aunque el público, un cierto tipo de público, sospecha: el éxito de Antonio López no es separable del todo del hecho de que el espectador barrunte que eso no puede hacerlo cualquiera.