De la ceguera

Como si tal cosa, repito la última entrada antes del hackeo. Amigos no le faltan a uno. Gracias a todos por el apoyo y la ayuda, de corazón.

Dos años de infierno y dos de paraíso. Si comprimes en un bote de cristal un gran volumen de cosas parecerá que sólo tienen un color. Hay que dejar que se expandan para darse cuenta de los diferentes colores de que se compone. Es algo elemental que no solemos hacer.

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Matar a Caín arrastra una maldición tremenda. Que nadie lo toque o sabrán de mi venganza, dice el Dios terrible del Viejo Testamento. La ancestral batalla entre ganaderos y agricultores se ve reflejada en esta metáfora, bien hermosa, del hermano que asesina al hermano con una quijada de asno, símbolo de la domesticidad de los animales que nos acompañan y metáfora del agricultor que terminaría por imponerse al utilizar a los animales para roturar la tierra, aunque Dios prefiera todavía a los ganaderos que le ofrecen sacrificios en forma de corderos. Un drama formidable, el paso de los cazadores-recolectores a la división del trabajo para el mejor aprovechamiento de la tierra.
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Viene a cuento la parábola del hijo pródigo con las palabras del hijo justo que dice al padre: «Señor, ¿cómo es posible que honres a mi hermano de tal modo habiéndote abandonado?». Y la respuesta del padre, uno de los momentos más hermosos de los Evangelios.

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Al final de toda relación humana aguarda el insulto, que será expresado en los términos en que más duela y de acuerdo a la confianza depositada en la otra persona. No conozco un solo caso en que no sea así.
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El amor no es el enamoramiento, que es una luz cegadora y súbita, que nos hiere en lo vivo cuando menos lo esperamos. Amor es el polvo depositado suavemente sobre los muebles y nuestra alma, dándole pátina y nobleza de madera vieja y bien encerada. El enamoramiento nos inspira vértigo, el amor una paz infinita, es un agua profunda que todo lo absorbe y amortigua, desde los saltos de las ranas a la piedra que cae y provoca ondas: al poco tiempo vuelve la quietud.
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De la ceguera aterra pensar en la persona que dejamos en el camino, tal vez sin saber quién era. Nos guiamos por los sonidos y por una luz al fondo del túnel que nos guía en la dirección debida. Un sexto sentido, tal vez, que está al final de nuestras decisiones y que -quién sabe- estaba ahí desde el principio.
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Acabar bien las cosas. Terminar un cuadro, dejar en orden esto que estoy escribiendo, cualquier cosa. Pero no, no acabamos nada sino que las cosas se acaban solas y dará igual lo que nosotros queramos hacer al respecto. Recuerdo la anécdota de Cézanne con Vollard, aunque no sea pintor de mi agrado completo. Se demoraba en terminar un cuadro en el que aparecía un muchacho con un chaleco y una nota roja en algún lugar del mismo, tal vez los botones. Vollard le reprocha por qué no da esas pinceladas de una vez a lo que el de Aix responde: Porque tengo miedo de que todo el conjunto se altere y tenga que restablecer de nuevo el equilibrio cromático.

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Conviene recordar las palabras de Küng: ojo por ojo y diente por diente pero no ojo por ojo y, de paso, todos los dientes.