Perversiones

 

Piden un Ministerio de la Verdad para que castigue, supuestamente, las mentiras. El tema está de actualidad por las últimas noticias sobre Francia y el holocausto armenio. Me gustaría mucho que considerar delito su negación en ese país estuviera armado por el amor a la verdad histórica y no por las guerras comerciales contra Turquía o, indirectamente, contra el deseo alemán de incorporar Turquía a la Unión Europea, una gran mentira, suficiente para retirar el saludo a los germanos.

Recuerdo cuando los franceses, sus gobiernos para ser exactos, otorgaban a los terroristas españoles la condición de luchadores por la libertad del Pueblo Vasco, por ejemplo, cuando lo cierto es que los etarras -con gran habilidad- habían conseguido hacer llegar a los lugares adecuados que si no se metían con ellos y les dejaban utilizar aquel país de santuario no les montarían cirios en Euskadi Norte, para nosotros suroeste de Francia.

Asociar en una misma frase Estado y Verdad resulta calamitoso, cuando menos. Ni siquiera en la vida ordinaria son fáciles de distinguir pues verdad o mentira son estados mentales perceptivos diferentes, condicionados por las circunstancias.

En todo caso, soy contrario a estas medidas: mi sentido de la libertad queda profundamente tocado cuando veo que un Estado puede perseguir a alguien por cosas tan delicuescentes como verdad o mentira. Que no sirvan estas líneas como argumento para pensar, o colgarme el sambenito, de que apoyo los negacionismos, algo de lo que estoy muy lejos, sino que son fruto de mi rebelión a favor de la libertad, incluso la de los mentirosos. Aún más que la mentira me asquea una verdad por decreto.

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Oiga, déjeme con mis rarezas, que yo no me meto con las suyas. ¿Por qué confunde usted a la gente equiparando sensibilidad y educación artística cuando no se trata de lo mismo? La educación artística, si realmente fuera posible sin degradar el objeto estudiado, es una cuestión formal, transmisible. La sensibilidad no, rotundamente no.

Críticos conozco -y gente que va de entendida- que llegan a saber muchas cosas de la biografía, de los detalles de la vida de un artista , pero tienen un ojo enfrente del otro y son incapaces de juzgar su obra por donde hay que hacerlo: por los ojos, ventanas del alma y puertas de la mente.

Sensibilidades hay muy pocas, como buenos oídos para la música. No hay más remedio, por tanto, que pervertir el objeto al que se supone amar. Sólo de ese modo queda restablecido un equilibrio que es tan falso como la mayor parte de lo que hoy se exhibe en galerías e instituciones. En este sentido, no hay nada tan embustero, perverso y al mismo tiempo democrático como el arte de este tiempo. Un arte que no nace de la sensibilidad de los artistas -si los hubiera- sino de la voluntad del gobernante.

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Algunas cosas sólo pueden ser entendidas oteando. Cito al novelista Antonio Ortuño cuando dice, citando a su vez a Burton: la mezcla de provincia, rencor e insignificancia suele otorgar a quienes la padecen una autoestima notable.