Por donde van las águilas

Tras las bardas, entre prados anegados, corría el río, que ahora se hacía arroyo y un poco más tarde río caudaloso. El viejo tomó la caña y lanzó la imitación de efímera con precisión debajo de unas salgueras que a la derecha estaban. El joven reprimió una exclamación de asombro pues el anciano nunca antes había cogido una caña de ese tipo. Un segundo tiro, todavía más preciso, y una pequeña trucha subió al engaño quedando prendida del anzuelo.

En algún momento debían llegar los guardas pues el arroyo que se hacía río era un vedado, ahora estaba visible el cartel que antes pasaron por alto. El joven quería meter prisa pero el anciano seguía su ritmo lento, a su paso. Un poco más tarde estábamos entre unas risqueras feroces, allí donde levantaron vuelo tantas águilas reales. Muchos años atrás, el recuerdo de aquel primer tiro y el descenso atropellado hacia la pieza abatida. Por la montaña subía un gentío con algunos ensabanados; al llegar a mi altura le dije: «¿Tú eres quien guía a todos estos? ¡Pero si yo te conozco y estás loco! ¿Cómo un loco ha podido engañar a tantos?»

Desperté muy abatido pues sabía quién era el anciano y lo que el sueño anunciaba.

 

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