Fariseos

 

No existen las enfermedades del alma sino las enfermedades de la conciencia. No porque no exista el alma, discusión que no es para ahora, sino porque si existiera, su propia existencia impediría que padeciera enfermedades.

El fariseísmo es una de las enfermedades de la conciencia más antiguas y conocidas. No es la hipocresía porque el hipócrita sabe en todo momento lo que hace mientras que el fariseo puede ignorar lo que está haciendo. En lo fundamental, el fariseísmo consiste en pensar que uno es virtuoso per se, que sus obras siempre están inspiradas por la virtud, algo que acompaña al fariseo como una segunda piel. No hay duda -se dice- acerca de que mis opiniones, al venir dictadas por la virtud y sólo por ella, sólo pueden ser buenas y justas y conllevar el Bien. No es extraño que Cristo se llevase tan mal con ellos y los llamase sepulcros blanqueados.

No sólo las personas padecemos el mal del fariseo. En nuestro país -y supongo que en todos-, es un mal imputable a la Izquierda. Aquella que, por extraño designio mesiánico, ancla sus raíces en el Bien, la Bondad y la Belleza.

Como las cosas tienden a degradarse con el uso lo que seguimos viendo es un espectáculo bochornoso, una caricatura vil de lo que fue fariseísmo en origen y ahora es sólo vulgaridad. Por ejemplo ignorando que los socialistas dictaron tres amnistías fiscales, una de ellas -la última- siendo Rubalcaba vicepresidente del gobierno. Pero, por suerte, sólo estaban allí de pasada y el café del Congreso de los Diputados debe hacer perder memoria, qué le pondrán.

Si Cristo volviese en este momento al mundo no podría maldecir a los fariseos. Tendría que limitarse a correrlos a gorrazos… con la gorrilla de tipógrafo de Pablo Iglesias.