Beatus Ille

 

 

El perdón no implica llevar los hechos a su punto primero, esto es, a la inocencia. Se puede perdonar incondicionalmente (es la única forma de perdón real, el resto son apaños para salir del paso) y estar martirizado diariamente por los hechos que estuvieron al principio de todo.

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La venganza es absurda cuando no se está dispuesto a llegar hasta el jaque mate, que en este caso significa lo irreversible. Uno no se venga para hacer jugadas que pueden ser contrarrestadas con otras y volverse lanzas. Ante la venganza hay dos opciones: hacerlo hasta el final o no hacer nada.

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No todos servimos para esa venganza que llega hasta las últimas consecuencias. No por miedo al castigo eterno, como podría pensarse en el caso de los creyentes, sino por atentar contra el Espíritu, que es el único pecado que no se redime. No digo que los ateos practiquen esto con mayor frecuencia pero sí que gozan de más facilidad.

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Un marchante animoso preguntó a Picasso por qué no denunciaba ante el juez las numerosas falsificaciones de que su obra era objeto. Éste contestó que no deseaba ver en el banquillo de los acusados a sus mejores amigos y algunas de sus ex-mujeres.

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Poco a poco han ido desapareciendo los pajariteros de las terrazas de la plaza. Suelen ser alemanes o británicos y vienen para ver la gran cantidad de aves que habitan o pasan temporadas en esta zona de España. Acostumbran ir armados de prismáticos caros y cámaras de primera con grandes teleobjetivos. Es un tipo de turista que abunda más cada año, así que las medidas tomadas para proteger a las aves de todo tipo están resultando ser beneficiosas para los animales y para los que tienen restaurantes en el pueblo.

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El campo, que se refrescó con las lluvias pasadas, ya se ha agostado. Vuelven a predominar los ocres en extensa gama, desde un amarillo tan pálido como la cabellera de una mujer del norte hasta el pardo achocolatado de la piel africana. Todo ello suspendido de unos cielos que parecen sacados, algunos días, de un Tiépolo alegre.

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Miguelito el de las hierbas acude cada noche a sentarse contra la pared del café en el que yo me siento a esas horas (tengo un lado de la plaza para la mañana y otro para la tarde, según el recorrido de la sombra). Viene como siempre, con su bolsa de plástico en la mano, unos pantalones que alguien le ha dado, cuyos bajos han sido recortados a tijera, y últimamente con unas zapatillas rojo corinto como las de Cristiano Ronaldo.

Se sienta y apenas lo hace se queda dormido, con una beatitud que es para verlo. Cuando despierta comienza a reír a carcajadas, sin burlarse de nadie pero haciendo que el mundo parezca risible. La otra noche le pregunté de qué se reía y me contestó muy serio que de siete mil ardiendo vivos.

Hace unos meses me contaron que nació normal y que de tal manera estuvo hasta pasada la veintena. Tuvo un corte de digestión muy grave, debió quedarse sin riego cerebral y su mente ya no volvió a ser la misma. Tiene una cabeza que ha sido hermosa y que guarda cierto parecido, ahora en la vejez, con Leopoldo María Panero y con Antonio López, dos personas que no se parecen nada entre sí pero de ambos hay rasgos separados en la cabeza de Miguelito.

Cuando muera no lo hará en la cama salvo por accidente. La huesa le sorprenderá en la carretera, bajo la canícula, camino de la sierra a donde se dirige cada día a buscar hierbas comestibles que luego cambia por dinero para café con la gente que le parece. Tiene dos hermanas que se ocupan de él, de mantenerlo limpio. Es tan imprescindible como la torre de San Martín con su chapitel blanquiazul falseado, las chimeneas de San Carlos o el escudo de Hernando Pizarro donde aparece la princesita inca con su pamela.