De un festival de música en el pueblo

 

 

Acaba de celebrarse un ciclo de conciertos en mi pueblo con el pomposo título de «Festival Internacional de Música». Digo pomposo porque lo único internacional son los británicos de la orquesta de cámara que toca y acompaña las tres jornadas. El resto, como bien pudo verse, era personal indígena. Mientras tanto, el público internacional cenaba en las terrazas de la plaza.

Hay muchas formas de plantearse la celebración de un festival musical. Se ha escogido una que me parece la peor de todas: un festival de «clásicos populares» producido por un británico para solaz de una minoría del pueblo. Si lo que se pretende -aunque creo que no, que es de boquilla-, es atraer gente al pueblo durante esos días, lo realizado es catastrófico.

No basta con que te agrade la música para ser un melómano y mucho menos un entendido. Lo malo es que con «clásicos populares» no atraes a nadie sino a los que ya están convencidos de que deben ir. Llenar un pequeño local de 250 plazas en un pueblo de 10.000 habitantes tampoco es un milagro, va de suyo -que dicen los franceses.

En esta segunda edición se ha hecho un esfuerzo por acercar más la música a la gente y fue muy agradable ese Candil tocado por la Orquesta del Bicentenario, al aire libre, en la plaza de los Moritos, en homenaje solidario a la Orquesta de Extremadura, extinta por mala gestión y recortes, como si los músicos fuesen los culpables de la caradura de algunos. Creo que, de seguir adelante el actual modelo de festival, se va a hacer un esfuerzo el año próximo y se van a colocar altavoces en la calle, de modo que tendremos a unos dentro del patio del palacio de San Carlos y a otros escuchando fuera, de gorra. Puede ser maravilloso y sólo lamenta uno que cierto director de cine haya fallecido.

Parece que el festival, tal y como está concebido, es un festival «de clase». Algo que serviría para adornar el seco y duro verano trujillano con un poco de glamour, un peu faisandé ciertamente, pero capaz de satisfacer algunas aspiraciones sociales.

Es realmente indignante el coste de esos conciertos. Por menos dinero se puede traer a Plácido Domingo si de «clásicos populares» va la cosa. ¿Qué explica el elevado gasto público en tres conciertillos musicalmente irrelevantes? ¿No hay músicos y productores en España, un país en crisis, que puedan ofrecer -al menos- los mismos conciertos a un coste menos elevado?

No voy a hablar de cómo organizar un festival con capacidad de atraer gente de fuera, de cuáles deberían ser las premisas por las que dicho festival debería regirse. Dejémoslo como está pues parece ser el modelo que complace a todo el mundo menos a los melómanos. Que una vez al año saquen los trajes del armario y sigan adelante con los faroles. Precedentes hubo de cómo dar conciertos importantes con menos dinero y en locales más amplios.

Personalmente les deseo un gran éxito aunque yo no pagaré una entrada para oír música tópica interpretada por gente que no aporta nada y cuyo oficio es similar o peor al de otros grupos instrumentales españoles de menos precio. No me quitarán mi absoluto convencimiento de que ese no es el modelo de festival que beneficia a Trujillo, que recoge sus señas de identidad y que podría colocarse en la lista de festivales recomendables. No se puede enseñar nada a quien ya lo sabe todo. Todo, no: de música no tienen ni idea.

 

Adenda del día 1 de Agosto.

He recibido un par de comentarios a propósito de esta entrada. No vienen firmados y además están mal escritos, algo para mí imperdonable. Como pueden imaginar abundan en que todo ha sido estupendo y la vida es bella. Con mala intención se dice en uno de ellos que yo no soy del pueblo, aunque lleve viviendo aquí desde el 81, mi mujer descienda del lugar y dos de mis hijos hayan nacido aquí. Eso ya permite imaginar todo lo demás. Les ahorro el mal trago de leerlos.