El tiempo presente, etcétera.

 

 

Me distraigo viendo sendos documentales sobre la caza de Aribert Heim, llamado Doctor Muerte, el de las inyecciones de gasolina en el corazón para ver qué tal. En uno de ellos sale un tipo que asegura haberlo matado aunque el jefe del negociado correspondiente, un tal Zuroff, lo desmiente con rotundidad. Habla también del paraíso nazi que ha venido siendo España, en Levante y Costa del Sol. Sale el hijo de Heim, un tipo con aire de conspirador algo esperpéntico. Supongo que lo interesante ya no es aquella generación, para Zuroff, sino las conexiones de aquellos con estos.

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Los días de mucho calor, estos que han pasado, la plaza parece un horno. Las piedras se recalientan durante el día y de noche sueltan con generosidad el calor recogido, He dejado de tomarme mi refresco de anochecida hasta que el tiempo mejore. Tampoco paseo pues se trata de correr riesgos innecesarios. Vivo entre el campo, donde la tierra refresca al caer la noche, y la casa, en la que se disfruta de una temperatura muy agradable.

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Algunos artistas del Arte Moderno creen que hablando o escribiendo bien se pinta mejor. Suponiendo que pintaran, claro. No digo que el pintor deba ser una especie de vacaburra instintiva que acierta porque la musa le coge la mano del pincel. Seguro que una mente ordenada lleva mucho camino andado. Un orden que poco o nada tiene que ver con el desorden que pueda existir tras el acto de pintar; véase Van Gogh, cuyo orden pictórico es proverbial: siempre sabe qué viene antes y qué va después, cuáles son los fundamentos y qué el acabado.

El hablar bien o el ser muy leído tampoco garantiza el ojo a la hora de atisbar en obras ajenas, estoy harto de verlo. Ni el amor por la contemporaneidad. Leía hace poco a una de esas damas que controlan las exposiciones del Reina que la crítica joven (malo si hay que adjetivar) debe implicarse con los artistas de su generación, que ese es su terreno de juego natural y también sus reglas.

Qué mal consejo. Hay momentos de la historia en los que lo contemporáneo no vale la pena. Pienso en la lucidez de Winckelmann y en el pobre eco de sus escritos. O en Miguel Angel, que quería ser tomado por un griego antes que por un escultor de su tiempo.

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Días atrás, echado en la cama de una clínica, miraba una reproducción de la cabeza de la Virgen de la Pietà. A nadie se le ocurriría confundir esa cabeza con otra griega pero es lo que hay: a veces lo contemporáneo se encuentra buscando el pasado.