Los líos de Leica

 

 

Leica se está metiendo en un lío en el que, sin embargo, le está yendo muy bien económicamente. Durante muchos años, tal vez medio siglo, ha sido la cámara de referencia para muchos y buenos fotógrafos. Sólida, dura, fiable, capaz de trabajar en cualquier condición atmosférica y con unos mecanismos sencillos, mecánicos, con la precisión de un reloj suizo de primera línea.

Las cosas se le empezaron a poner difíciles cuando quiso incorporar algo de electrónica -la mínima- a sus cámaras. Su modelo M5, primero que incorporó -tan tardíamente como primeros de los años setenta- fotometría a través del objetivo estuvo al punto de llevar a la vieja firma de Wetzlar a la ruina. Para salir de ella hizo una joint venture con Minolta, una marca japonesa, y los productos terminaron por favorecer más a los del Sol Naciente que a los alemanes. Fue la aparición del modelo M6 y una cierta vuelta de los fotógrafos a lo sencillo, desanimados por las primeras cámaras inteligentes, lo que hizo que Leica volviese a respirar y terminase, una vez más, convertida en objeto de culto.

Tras la M7, su último modelo analógico por el momento, se embarcó en la aventura digital de la mano de Panasonic, otra compañía japonesa con la que tampoco le ha ido bien. En este momento hay dos tipos de cámaras Leica digitales: las baratas, que se montan en Japón por la gente de la fábrica citada y las de la serie M, que se montan en Alemania.

La tecnología que incorporan es obsoleta y no ofrece las prestaciones que ofrecen las grandes firmas niponas pero las M digitales tienen esa facilidad de uso, esa rapidez proverbial y una fotometría tan ingenua que es perfecta para disparar en color.

A menudo se habla del estilo Webb, o del de Meyerowitz o Trent Parke cuando debería hablarse del modo en que sus Leica miden la luz.

Paradójicamente, a pesar de los citados o de otros no menos conocidos, los fotógrafos profesionales o amateurs avanzados ya no están con Leica sino que prefieren otras marcas con mayores prestaciones. Leica se ha convertido en una marca para orientales, para gente que puede gastar mucho dinero en una cámara muy sencilla.

Ahora, rizando el rizo y combatiendo contra sí misma, saca al mercado la M Monochrome o Leica Henri (por Cartier-Bresson), una Leica digital que sólo toma imágenes en blanco y negro. Un reto arriesgadísimo que, no obstante, parece que va a salir muy bien pues ya tienen pedidos como para absorber toda la producción. Se comprende que en Leica estuviesen hartos de que el mercado de segunda mano, que a ellos no les deja un euro, monopolizase el mundo del blanco y negro analógico. Extraño designio el de intentar matar aquello que te dio prestigio y fama durante casi un siglo y convertirte en una marca para yuppies.

En el pasado, a Leica le sucedía lo que a Apple: sus productos eran tan buenos que los clientes ya no deseaban comprar otro. Ninguna de las dos empresas practicaba la obsolescencia programada. Con la vuelta de Jobs, por un lado, y el cambio de manos, por otro, ambas empresas han entrado en el juego, sin preocuparse de los clientes.

¿Le irá bien a esa marca que más que una fábrica de cámaras fotográficas es una parte importante de la historia de la fotografía? Hay que esperar que sí, aunque ya no podamos seguirles en una deriva que promete sacar un modelo por año, a precios imposibles. Que tengan mucha suerte.