Orilla indecisa

 

 

El otoño ha entrado deslizándose. No hubiéramos notado nada por estas tierras de no ser por un azul algo más quebradizo. Los árboles caducos llevaban tirando la hoja desde las primeras calimas de agosto: para no morir de calor detienen la circulación de la savia y nos procuran un falso otoño, sin la riqueza algo coreográfica de encarnados y oros que puede verse en otros lugares.

Los pozos y manantíos están agotados. Sierras enteras sin una gota de agua y en las que normalmente encontrarías queda por estas fechas un hilo del que da reparo beber. No nos han visitado las tormentas. Hubo algunos amagos pero pasaron todos de largo y ahora está revuelto el pronóstico a causa de una tormenta tropical que no acaba de entrar en la península. Para que llueva bien y seguido tienen que darse dos premisas: el aire de Castilla y la marea de Sevilla. Y es que en esta tierra de gente adentro los términos marineros se utilizan profusamente aunque cada vez menos por causa de la televisión. Marea y orilla son muy habituales. Estar la orilla buena o pintar mal la orilla.

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Viene de camino el libro de un nuevo fotógrafo, nuevo para mí, que -dicen- ha revitalizado una visión fresca y nada Frank o Shore de Norteamérica. Viene auspiciado por Aperture, la editorial que se creara con el apoyo de Paul Strand y que ahora aparece más dedicada a lo que está de actualidad, es decir, lo conceptual o absurdo. Veremos.

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Tenía todos los prejuicios contra el libro electrónico pero ahora llevo uno -un Kindle de Amazon- permanentemente en el bolsillo de la camisa. Resulta muy cómodo para no cargar con peso, para tener lectura garantizada en cualquier lugar. El libro de papel es más confortable en casa pero el aparato se lee muy bien, es fino y ligero, de un tamaño adecuado y no fatiga la vista al carecer de retroiluminación. No sé cómo lo han hecho pero está muy logrado.

Yo había enredado con un iPad pero nunca me enganchó lo suficiente como para llevarlo a todas partes, como algunos hacen. En esa máquina hay una aplicación para leer libros electrónicos pero, siendo más primitivo el Kindle, resulta mucho más eficiente y refinado. El iPad cansa mucho la vista y la batería se agota enseguida mientras la del cacharro de Amazon dura semanas entre recargas.  Puede albergar mil quinientos libros, -que no está  mal-, en el mismo dispositivo pero no hay límite si los guardas en el ordenador, en una aplicación gratuita como Calibre. El catálogo de Amazon es en estos momentos de un millón y medio de títulos, una parte de ellos a coste cero.

Hay exceso de literatura comercial en el catálogo pero con inglés o francés se amplían mucho las posibilidades. Hace unos días pregunté a un editor menor muy interesante si terminarían haciendo ebooks y me dijo que no por el momento porque estaban en la defensa del libro de papel pero deduje de sus palabras que terminarían haciéndolos cuando la demanda fuese más fuerte.

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Han sido las estancias en el hospital las que me han aficionado a esto. Horas tumbado en la cama o esperando en pasillos. Con el cacharrito he descubierto una agradable forma de pensar en otras cosas, de estar lejos de la necesaria frialdad de los techos insonorizados.