El poder de un cubalibre

 

 

Es la historia de una familia, de una marca de ron, pero también la historia de Cuba. Comienza con un albañil de Sitges, menesteroso, que emigra a la isla en busca de oportunidades y, tras diversas aventuras, monta un alambique para producir un ron barato que pueda vender a los capitanes de barco que llegan a Santiago. Se llamó Faustino Bacardí.

Emilio Bacardí, descendiente, conspiró -bien asentada la fábrica de ron- contra los dominadores españoles y uno de sus hijos combatió junto a Antonio Maceo, sobreviviendo de puro milagro. Los Bacardí se aliaron con los norteamericanos y celebraron con júbilo la salida de España de la isla tras la humillante derrota.

Mejoraron el ron, establecieron mejores métodos de fabricación y envejecimiento y la familia entró en la política, siendo la gente más importante de Santiago. La historia es amena y está muy bien contada. El autor ha estado cinco años investigando sobre la familia Bacardí y su peripecia.

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Lo interesante es que apoyan a los barbudos de Sierra Maestra, cumpliendo con el pasado liberal de la familia, que les ha hecho odiar la corrupción. Para ese tiempo es Pepín Bosch, casado con una Bacardí, quien lleva las riendas del negocio. Un hombre muy inteligente y con gran visión de futuro que ha establecido fábricas en otros lugares de América y una central en Estados Unidos. La decepción llega, brutal, cuando Castro confisca los dos grandes negocios familiares en Cuba, el ron Bacardí y la cerveza Hatuey, dejándoles salir con lo puesto, si bien es cierto que la diligencia de Pepín Bosch deslocalizando la producción hace que el negocio familiar acuse la embestida del nuevo régimen pero posea activos en el extranjero suficientes como para seguir siendo la primera industria mundial en la producción de ron.

En el obligado exilio, Pepín Bosch se dedica en cuerpo y alma a combatir a Castro. Planea y llega a comprar un bombardero sobrante de la II Guerra Mundial para bombardear una refinería de petróleo, proyecto fracasado por la intervención de la CIA, que no desea aún tener jaleo con el nuevo régimen. A sus pechos se crían gente como Mas Canosa y Posada Carriles, financiados por él a través de una organización tapadera. Gracias a sus contactos en las altas esferas políticas norteamericanas participa con dinero en lo de Bahía Cochinos y uno de los Bacardí se encuentra entre los invasores frustrados.

Más adelante, la familia se dedica a pleitear contra Castro por el uso de la marca Bacardí y ganan la pelea, obligando a que el producto de su fábrica cubana sea rebautizado como Ron Caney. No satisfechos todavía, compran los derechos a la familia Arechabala, propietaria de la marca Havana Club cuya fábrica también fue confiscada, y siguen peleando para que se prohíba la marca y frenar las exportaciones de Castro. Ya no pelean sólo contra el gobierno de Cuba pues éste ha permitido que la industria francesa Pernod Ricard participe en el negocio con un cincuenta por ciento del capital. La pelea resulta muy complicada aunque ganan parcialmente. Sin embargo es una lucha que no produce beneficios sino pérdidas.

Agitada historia de la isla caribeña y la lucha de una familia -Bacardí sigue siendo esencialmente un negocio familiar- contra la opresión y la dictadura. Ahí siguen, esperando que cambie el régimen para recuperar lo que les fue confiscado sin indemnización alguna suponiendo que esto sea posible y el previsible cambio no termine dando por buenas la mayor parte de las acciones llevadas a cabo por los barbudos.