Silemus

 

 

La entrada que pretendo escribir, improvisada como suele ser costumbre, tal vez se quede aquí más días de los que yo desearía. Conste que no será desidia ni aburrimiento, aunque tal vez ustedes sí estén aburridos de aguantar estos sermones ilustrados, no por mis luces sino por las imágenes con que a menudo les obsequio.

Me voy por unos días a resolver algunos asuntos de importancia que nadie puede resolver por mí puesto que mi presencia es obligada. Ya me gustaría que un tema como este pudiera delegarse, pero no: te esperan a fecha y hora determinadas y has de estar sonriente cuando saludas a la gente que va a trabajar contigo durante unas horas, que va a ver y trabajar con zonas de tu cuerpo que tú mismo nunca has visto y no verás.

Espero que, como Jakob Burckhardt -el padre de la historia del arte contemporánea- la mano que maneje el bisturí y los hilos sea como la de Van Eyck en su Adoración del Cordero Místico de la catedral de Gante: «Perfección suprema al primer intento».

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Hace unos días leí en la prensa que Carlos Arcieri, famoso luthier que ejerce en los USA, había reparado el mástil de ébano del violoncello del conjunto de Satridaviraius del Palacio Real. Alguien, en un acto incomprensible leído desde fuera, quería tomar unas fotos y el maravilloso instrumento cayó al suelo, partiéndose.

Cualquier luthier de los activos en Madrid lo hubiese podido reparar de no ser un instrumento salido de las manos del cremonense. Arcieri, gran profesional por lo que me dicen, sólo puso una condición para venir y repararlo in situ: una ventana con luz al norte en las mismas estancias de palacio. Eso me hizo pensar en la ansiada luz norte, la única que no arroja sombras y es constante a lo largo del día, que buscaban los pintores cuando el oficio de pintar tenía algún sentido y significado. Imagino que el trabajo habrá sido hecho a la perfección pues si alguien es capaz de matizar la luz que necesita para hacer bien su trabajo, ese es un hombre digno de confianza.

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El sábado fue la despedida del sacerdote Francisco García, Don Francisco. Muy emotiva. Un hombre que no es dueño de nada, que todo lo reparte entre lo pobres, que se quita el alimento de la boca para darlo a otros, al punto de suscitar entre algunos fieles la idea de una extorsión permanente por algunos forajidos. No parece haber tal sino que atiende, muy especialmente, a los excluidos sociales y en ese grupo hay de todo. Por dos veces ha sido golpeado para robarle ¿qué?

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En la anterior entrada escribía un amigo preguntando por los nombres de los autores cuyas obras, pinturas o fotografías, ilustran estas notas tomadas con la cabeza, a sentimiento. Comprendo la natural curiosidad pero hay que enamorarse de la obra, no del autor. Reverenciar la obra y considerar al autor un accidente, una causa necesaria pero contingente al tiempo, y valga la contradicción, pues el arte es más que sus autores, que bien pudieran ser anónimos y ello no nos impediría seguir disfrutando de la obra.

El mito romántico de la individualidad, de la originalidad, de la obra como expresión de un yo poderoso. Frente a eso algo que no me canso de repetir desde hace treinta años: en la entrada del museo imaginario una leyenda en letras de bronce: De nobis ipse silemus.