Lewis Hine en Madrid

Traigo aquí estas líneas que se publicaron en el blog de un buen amigo aparentemente desaparecido para siempre.

 

 

 

Cuando se menciona a Hine lo habitual es pensar en su consideración de la fotografía como un medio para hablar de ética. No podía ser menos en alguien que se formó en la Ethical School, que tantos hombres dio para las buenas causas antes de que Hoover iniciase la caza de comunistas, cuestión retórica pues la mayoría de los cazados no lo eran y que dio al traste con tantas carreras de gente bien nacida.

Esa parte es interesante y fue la que le hizo llegar a la fotografía porque Hine no llega tras unos estudios de arte o una carrera de pintor más o menos frustrada sino queriendo mostrar a los satisfechos cómo pasaban la vida otros seres humanos. En tal sentido hay que entender todas sus series, de Ellis  Island (la entrada de emigrantes en los USA y la correspondiente cuarentena), al trabajo de los niños, el mundo de los mineros y el de aquellos que construyeron el Empire State.

Hay un par de cosas que me interesan más, tal vez porque se ha hablado menos de ellas. Me refiero al hecho de ser judío, discípulo del judío Jacob Riis y maestro del también judío Paul Strand. Eso me lleva a preguntarme si hay algo específico, alguna constante, en ese dedicar el medio a narrar vidas ajenas, a apartarlo de cualquier tentación artística. Por desgracia para mí, es una pregunta sin respuesta. No encuentro argumentos sólidos para desarrollar la idea y sin embargo el olfato me dice que hay una verdad escondida ahí.

Riis fue el primero que clavó su trípode en los barrios bajos de Nueva York, allí donde la policía no se atrevía a entrar. Nos contó cómo era la vida de aquellos guetos, la miseria de las calles y las condiciones en que la vida de las personas tenía lugar. Paul Strand, un hombre consciente de sí mismo y de sus valores, retrató como nadie la dignidad de los seres humanos, más allá de su condición social o del medio en que su vida se desarrollase. Si hay en la historia de la fotografía una mirada compasiva, aunque aguda y atenta, es la de Paul Strand.

Otra característica que destacar de Hine: su extraordinario sentido de la belleza cuando se deja llevar. De la belleza formal, del gesto intemporal, de la composición que reparte armoniosamente el espacio. Justamente de todo aquello que, posiblemente, considerase superfluo.

Mi memoria personal de Hine –lo conté en otro lugar- viene envuelta en las heladas ramas del Huécar bajo los balcones de las casas colgadas de Cuenca, sede del Museo de Arte Abstracto Español. Trabajaba yo en aquella institución en el invierno de 1973 y cada mes se recibía puntualmente la revista Camera –entre otras varias de fotografía y de arte-, una revista suiza magníficamente editada y con unas reproducciones de primera. Recuerdo aquel número extra dedicado a dos paladines del humanismo fotográfico: Hine y Sander. Un norteamericano y un alemán. Por aquel entonces yo era un devoto de Cartier-Bresson –cómo no- y de lo que veía hacer a Cristóbal Hara, con quien pasaba algunas de aquellas veladas invernizas. Encontrarme con la obra de Hine y Sander, así de sopetón, cambió muchas cosas en mi forma de apreciar la fotografía. Me hicieron darme cuenta de que había otra fotografía que no precisaba del momento decisivo, que se alimentaba de la inacción y la mirada fija de los seres humanos. Una fotografía que no aspiraba a ser arte sino a documentar la vida, a dejar memoria quieta de las personas en las sales de plata. Fantasmas hechos de haluros de cuya vida posterior nada sabemos, impresiones, roces de la luz, en definitiva casi nada pero lo suficiente para conmovernos y hacernos pensar.

La exposición de la Fundación Mapfre es muy completa. Hay una representación de todas sus series y las fotos están bien escogidas. No echo ninguna en falta (comprenderán que después de aquella primera experiencia me hiciese devoto de Hine y coleccionase sus libros). Mi recomendación es que no se la pierdan si pueden, que la recorran despacio, sin miedo a detenerse el tiempo que necesiten ante aquellas fotos que llamen su atención, que se dejen impregnar de esa melancolía suave y algo sentimental que siempre hay en sus imágenes, más allá de la denuncia social, que es algo contingente.