Fijar el humo

 

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Mientras intentaba pintar unos cacharros encontrados encima de un vasar canturreaba Eleanor Rigby. La parte que dice:

Waits at the window, wearing the face that she keeps in a jar by the door. Who is it for?

Medir cuidadosamente, como un escultor.

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Por muchos que sean los dardos de los enemigos es más fuerte la infinita paciencia. Las armas se agotan y gastan, la paciencia no.

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Aquella persona poseía todas las debilidades de los hombres con conciencia, pero ninguna de sus virtudes.

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Leído en una novela intrascendente: tratar de detener aquello sería como fijar el humo con clavos.

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El pasado no se supera pues nunca muere del todo por mucho esfuerzo que se haga en enterrarlo. Sus principales argumentos son las evocaciones.

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Ramón es un chistero gráfico que me sorprende de vez en cuando. Hace unos días, uno de sus personajes le decía a otro: Cuanta más corrupción aparece, más grande hay que hacer la bandera con que taparla.

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Tratar de ser agotaba casi todos sus recursos vitales en un esfuerzo titánico. Eso le impedía vivir y ser feliz, salvo cuando embotaba los sentidos con alcohol y se daba al exceso. Durante la abstinencia se sentía una persona tan buena y decente que apenas podía sobrellevar la culpa de ser, tanto se torturaba por sus imperfecciones y errores.

Su mente se hallaba siempre ocupada, sin tregua, en los problemas ajenos. Necesitaba una interpretación para todas las personas a las que trataba, así como acotar sus actos. Una vez establecida la interpretación, sus juicios estaban hechos y actuaba, si lo consideraba necesario, castigando a los demás y excusando sus propias debilidades por eso, por humanas.

La vida se le escapaba entre los dedos acumulando material para sus juicios.

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La pintura magdaleniense, la pintura rupestre, no está hecha para ser contemplada pues las pinturas se sitúan al fondo de las cuevas, allí donde no penetra la luz del día. Eso excluye cualquier intención decorativa.

Aquellos artistas trazaban líneas anatómicas de más de dos metros a la luz temblorosa de las antorchas, con una precisión y expresividad fuera de lo común. Su trabajo era de memoria y dibujaban lo esencial, lo que define al animal por encima de todo y deja claro, incluso a nosotros, que se trata de un bisonte, un uro o una leona.

A veces se superponen figuras separadas por cinco milenios sin que eso que los modernos llamamos estilo haya cambiado lo más mínimo. Es todo un misterio imaginar quiénes eran los encargados de trazar las figuras y el porqué de las mismas. Resulta demasiado fácil la identificación del artista y el hechicero, aunque todo es posible hace veinte o treinta mil años, como en la cueva de Chauvet.

Un misterio también que aquello que estaba cerrado terminase por abrirse, como si los guardianes de las pinturas las considerasen demasiado valiosas como para ser sólo patrimonio de los espíritus.