En algún rincón de Texas

 

LMP

 

En una calle que no conozco me espera el comisario Bras. Lleva una moto muy rápida y cuesta trabajo no perderle de vista. Además, busca atajos por los que sus dos ruedas pueden transitar sin problemas pero mi coche se resiente. Desde una plataforma de hormigón, en la que acaba el atajo, salta un desnivel de unos tres metros. Dudo unos segundos aunque me doy cuenta de que no tengo más opción que saltar. El coche pega un panzazo impresionante pero sigue funcionando. Consigo no perderle.

Hablamos del Photocentro y de la peripecia personal de AF, una mujer sin problemas económicos al ser rica por su casa, dedicada desde hace años a promover la obra de los fotógrafos que le gustan. Tal vez mi tono es un poco snob, sólo para demostrar con qué gente me trataba cuando era joven.

Tremenda discusión entre Antonio López y el crítico B. Antonio habla en unos términos completamente desusados para él, esto es, habla en el lenguaje de los modernos, algo que detesta realmente. En un momento dado, el crítico B se vuelve hacia mí para decirme que yo también fui moderno y que debería ayudarle a que sus posiciones triunfen en la discusión. Me quedo mirándole con cierta sorna y le digo que eso fue hace muchos años, demasiados. No recuerdo ese lenguaje, ya no domino los términos. Casi hablando para mí mismo le digo que toda la verdad del arte puede contenerse en un membrillo pintado según ciertas reglas técnicas y espirituales. Y le recuerdo un axioma de otro tiempo: «El buen pintor se enfrenta con problemas, nunca con soluciones«.

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Ayer fuimos de excursión a Alcántara pasando por Garrovillas, Brozas y Navas del Madroño. Comimos en el sitio habitual el plato habitual. El día, aunque la luz era muy bonita, estaba desapacible debido a un viento fuerte y frío que llegaba del norte.

Entre Brozas y Garrovillas hay hermosos paisajes con grandes pinos romanos. No es habitual por estas tierras y hablamos de cómo pudieron llegar allí. Es una plantación, de eso no cabe duda, pero adehesada. Tal vez alguno de los ingenieros de la Confederación compró barata esta finca de raso, cuando andaban haciendo la presa cercana, y plantó la madera, mucho más rápida en crecer que las encinas.

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No entiendo el porqué de los términos marineros con los que, a menudo, se refieren mis paisanos a las cosas del clima: «Está la orilla tranquila» (¿O tal vez es horilla?), «Viene marea del norte«.

A veces utilizan una expresión que ciertamente resulta divertida: «Este año la hierba tiene mucho vicio«.

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Continúo pintando a diario. Suelo sacar cinco o seis horas para hacerlo y es suficiente. Los cuadros, terminados o esperando el secado para continuar, van aumentando en número. Dentro de unos meses tendré lista una exposición y no sabré qué hacer con ella aunque no me preocupa lo más mínimo el asunto pues la vanidad, una actitud tan juvenil, quedó atrás para siempre. Nada que demostrar y nada que esperar.

Los cuadros tienen vida propia. Una vez fuera de tus manos siguen su camino, lejos de tu control y nadie sabe dónde irán a parar ni qué les espera. Si algo me gustaría saber -más que recuperarlos- es dónde acabaron los cuadros que me robaron en Italia. Suponiendo que fue PM, como dijeron los carabineros de las Bellas Artes, en algún rincón de Texas.

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Los entendidos de su tiempo no opinaban que Las Meninas fuese la obra capital de Velázquez sino La expulsión de los moriscos del reino de Granada, un cuadro que pereció en el incendio del Alcázar. Una pintura hecha para hacer callar la malvada lengua de los italianos Carducho.

Nada sabemos de esa obra a causa de la manía velazqueña de destruir los cartones y bocetos previos, algo que se comprende muy bien leyendo entre líneas su petición a Felipe IV para ser nombrado caballero de la orden santiaguista.