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La exposición es mediocre además de triste. Me refiero a la de los dibujos españoles en la colección del British Museum que está abierta en el Prado. Es bastante seguro que los historiadores del arte pensarán lo contrario porque rara vez pueden ver tantos dibujos juntos, de gente tan significativa en el arte español. Eso incluye a los pomposos, anticuados y deleznables italianos españolizados que tanto amargaron a Velázquez en vida.

Hablando del gran sevillano-portugués, no creo que ese caballito que le adjudican sea suyo. Para mí la razón es clara: todos los acentos están donde no deben. No hay que confundir soltura con ligereza y Velázquez jamás coloca mal un acento.

Ribera no sólo es un grandísimo pintor (en mi opinión, bastante mejor que Caravaggio) sino que en sus dibujos preparatorios o estudios siempre hay algo que vale la pena mirar. Recuerdo que, en el legado Esteve Botey que adornaba la clase de grabado, junto a un retrato de su madre a la camilla por Rembrandt, lo mejor era un aguafuerte de Ribera. Tremendo.

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Subimos a ver el Meléndez que está copiando. De camino hay que ver, aunque no se desee, el afeminado Cristo de Goya. Un cuadro realmente lamentable en el que se suman el fracaso sensible y esa pintura cual hule -tan celebrada- y que tan nervioso me pone. No es sólo que la gran lección de los venecianos (recogida y ampliada por Rubens, transmitida a sus discípulos y a nuestro Velázquez) se haya perdido en Goya sino que esos fundidos continuos a base de aceite resultan por completo estomagantes.

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La sala de los Meléndez es digna de verse. Ahora que tanto predicamento otorgan a los hiperrealistas norteamericanos (una herencia desafortunada del pop-art y una pintura para lilas), la manera de pintar de Meléndez, que es de pintor que mira las cosas y no de copista de fotografías, lleva a pensar en todo lo perdido.

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Desde que vi, en mi juventud, sus primeras obras vengo pensando que Juan Fernández El Labrador es un pintor de primera. No es un hombre con el espíritu de Sánchez Cotán, desde luego, pero prestando más interés a lo decorativo que aquél, sus obras no sólo están muy bien pintadas sino que resultan cargadas de misterio -en el buen sentido- e inquietantes para la mirada. La exposición que también celebra el Prado vale del todo la pena a pesar de su brevedad.

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Zurbarán es un pintor que, bastantes veces, me desconcierta. Junto a obras de una gran belleza y trascendencia (su cabeza de monje es uno de los mejores dibujos de la colección del British antes comentada) hizo otras de una torpeza e ingenuidad imposibles de aceptar. En un mismo cuadro se pueden encontrar draperies pintadas con verdadero amor y una cabeza con una desafortunada mandíbula, anatómicamente imposible, o una mano tan mal representada que el propio pintor la ha convertido en mancha de luz informe para que el espectador no se fije demasiado.

¿Qué le ocurre? Parece, y sus obras refrendan lo que voy a decir, que sólo es capaz de pintar espléndidamente cuando está ante el natural. Necesita tenerlo delante todo el tiempo pues carece de retentiva visual y sus conocimientos anatómicos son más que escasos. Esto último queda probado con su fracaso en el encargo de Los trabajos de Hércules que Velázquez le proporcionó para una de las estancias de palacio.

Sólo así queda claro que el pintor del cordero que muestra el Prado y el de Santa Isabel de Portugal son la misma persona.

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Ayer excursión por las Villuercas. Está el campo de tal manera que no es fácil quedarse en casa. Ha llovido tanto -los montes aún chorrean- que los verdes están como nunca. Parece un jardín, con los jaramagos en flor, las escobas blancas, los cantuesos, los brezos y un sin fin de pequeñas silvestres cuyos nombres desconozco. Las breñas y pedreras disfrutaban de una luz tierna, no muy cargada de naranja, y el celaje -aunque sin nubes que lo alegrasen- resultaba de un azul encantador. Los cerezos estaban floridos y en arroyos y zonas encharcadas la flor de la oca, también blanca, cubría casi al completo el agua. Un acorde de verde, blanco de nieve y reflejos del azul del cielo.