La soledad del pintor de paisajes

 

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La pintura no abordó la representación del paisaje real hasta el siglo XIX. Aunque hay algunas excepciones que no crearon escuela ni dejaron huella, como los dos paisajitos de los jardines de la Villa Médicis pintados por Velázquez desde la ventana del dormitorio en que convalecía de una grave enfermedad, o ciertos apuntes dibujísticos de Rubens y Van Dyck tomados igualmente del natural, los paisajes suelen servir de fondo en los retratos o en los cuadros de asunto. Hasta los que pone, bellísimos, el mismo Velázquez en sus cuadros son paisajes ideales o idealizados. No se busque el lugar porque jamás se hallará, por mucho que se haya dicho y escrito que se trata de paisajes del Guadarrama. Su misión es crear el ambiente necesario para el personaje que aparece retratado y, sobre todo, para ayudar a la geometría secreta y los ritmos de la composición subyacente.

Suele hablarse de los pintores holandeses, especialmente de Ruysdael y su escuela, como los verdaderos inventores del paisaje autónomo, sin necesidad de personajes. No es cierto del todo pues ya los romanos pintaron paisajes con su extraña técnica de la encáustica para decorar estancias pero hay que darlo por bueno pues hablamos de la tradición pictórica que surge en el Renacimiento y llega a nuestros días a pesar de la intención del aparato artístico.

Pero una cosa es el paisaje como género (es interesante recomendar el excelente libro de Keneth Clark sobre este tema) y otra bien diferente que la fuente creativa sea el mundo visible e inmediato, sin idealizaciones ni condensaciones. En tal sentido, hay que esperar hasta el siglo XIX para ver los primeros logros interesantes.

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Puede ser -para qué discutir algo indemostrable- que el asunto surja en Inglaterra, en el medio rural. Los propietarios de tierras querían disfrutar de cuadros en los que se pudiesen ver sus propiedades, en forma de campos, casas y animales. Un asunto viejo en el arte de la pintura pues los comerciantes holandeses del siglo XVII ya gustaban de ver representados en los cuadros sus joyas y objetos exóticos, en forma de lo que en España se llamó bodegones y en Italia bambochadas.

Suelen atribuirse a Constable los primeros cuadros tomados directamente del natural pero, para hablar con exactitud, más bien se trata de estudios que servirán para elaborar en el taller las obras definitivas. Un procedimiento muy lógico, que sigue los principios de la tradición y será continuado por los paisajistas del realismo.

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Lo cierto es que la necesidad de salir al campo y plantar el caballete ante el motivo surge por todas partes. Así tenemos escuelas como la de Barbizon en Francia cuyos pintores, muy destacados, crearán un modo de mirar el paisaje y sus procedimientos permanecerán hasta la llegada de aquellos teóricos de la pintura que fueron los impresionistas.

En España tuvimos un pintor excepcional, Carlos de Haes, cuya obra no sólo es de gran calidad (tal vez mejor en muchos casos que los de la escuela francesa citada) sino que, merced a su cátedra de Paisaje en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando, influyó con sus enseñanzas en varias generaciones.

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He querido poner como ilustración un gran cuadro de Haes aunque no sea su pintura que  más me interesa. Lo pongo porque me parece que ilustra muy bien lo que quiero decir. Su título es La canal de Mancorbo en los Picos de Europa y fue pintado en 1876, seguramente en el taller del artista, a partir de estudios hechos sobre el natural, aunque se hayan perdido la mayoría.

El nivel de detalle, la justeza de tonos y valores, resulta bastante impresionante aun en estos tiempos de hiperrealismo. El cuadro está colgado en el Prado y sin duda no dejará indiferente a quien no lo conozca.

Ahora vamos con las preguntas. ¿Por qué un cuadro de un lugar tan alejado e inaccesible en aquella época? Por la fuerte demanda de los compradores de paisajes en los que apareciesen lugares que ellos jamás podrían visitar. En el fondo, idéntica razón a aquella por la que se paga actualmente a los fotógrafos de National Geographic para que nos enseñe lugares remotos.

España era una verdadera mina para estos pintores que buscaban parajes inaccesibles. La siguiente pregunta es cómo  llegaría Haes a un lugar como ese. Sin duda con un guía, con la impedimenta y los útiles del oficio a lomos de caballerías. Si en el siglo XX un fotógrafo como Ansel Adams debía recorrer con su mula los parajes de Yosemite, imaginemos el esfuerzo que debió suponer medio siglo antes.

El pintor de paisajes estaba condenado a pasar la mayor parte del tiempo solo, a sufrir las inclemencias del tiempo con medios de protección escasos, a pernoctar en lugares insalubres, directamente en el campo o en cabañas de pastores plagadas de chinches y pulgas. Por no hablar de las tremendas caminatas y la alimentación inadecuada. Haes, como otros, murió exhausto, con la vida prematuramente agotada como nos cuentan los amigos que le asistieron durante la que fue su definitiva enfermedad.

Por último, ¿Tiene sentido ese cuadro que, incluyendo el enorme virtuosismo y la dificultad de los medios para conseguirlo, a lo que más se parece hoy en día es a una fotografía muy bien tomada? La pregunta encierra muchas trampas, algunas evidentes y otras no tanto.