La mano por el lomo

 

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A estas alturas, a punto de cumplir sesenta y tres años, sé que nunca alcanzaré la Tierra Prometida. He trabajado en ello desde 1981, a rachas determinadas siempre por la necesidad y el De pane lucrando. Atisbé la puerta, me empeñé -acompañado- en llegar a ella y nunca la traspasaré. Demasiadas peleas e insuficiencias, muchas zancadillas crueles y una falta total de apoyo. Un apoyo que no es imprescindible pero anima: nadie corre en la pista por nosotros pero sienta bien que te pasen de vez en cuando la mano por el lomo y te digan que lo estás haciendo bien, que adelante.

Pero sé que hay un pequeño grupo de gente joven que sí traspasará la puerta. Silenciosamente, están sentando las bases para la recuperación total y completa de la tradición figurativa occidental. Han partido de la actitud más humilde: aprender sólidamente el oficio y renunciar a cualquier forma de ismo, sin caer en la tentación de las herencias supuestamente realistas del pop-art.

Tienen la edad adecuada y están haciendo lo que debe hacerse: renunciar al éxito o la fama para progresar en el único camino que les puede llevar a puerto: la recuperación, no conceptual sino factual, de la tradición académica. Después vendrán el arte y el carácter -el estilo es el hombre- para diferenciar a unos de otros.

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Comenta L, irónicamente, la nula necesidad que tiene el artista conceptual de las manos, soporte del oficio por más que la pintura sea cosa mental. Ayer colgaron otro vídeo de la Abramovic, nuevamente de actualidad aunque estuviera más pasada de fecha que los yogures que terminan en Marruecos. Resulta que la artista tuvo un lío importante con un sujeto alemán y no lo veía desde veinte años atrás, así que se sienta en una silla, ante una mesa, y por allí van pasando una serie de personas. La artista cierra los ojos antes de que se siente el personaje, los abre para estudiar su cara y la cámara trata de desmenuzar sus sensaciones ante el desconocido. Así hasta que aparece el amante alemán y la Abramovic lo reconoce. Ella, de nuevo para que nadie dude de su equilibrio mental, viste un extraño vestido rojo, entre sacerdotisa de algún culto pagano y diseño moderno de modisto malo. En la sala, asistiendo al show, hay menos de la docena de personas habitual y la mitad al menos son fotógrafos del propio museo en el que se escenifica el cuento chino. Y siempre hay un xxxx con ansias de decir que cuelga el vídeo porque se trata de algo extraordinario.

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Era inevitable que la pintura, del impresionismo en adelante, tratase de que el hecho pictórico, la relevancia de lo contado, sucediese en el plano bidimensional. Los teóricos le han dado muchas vueltas al asunto, poniéndolo en positivo, y hablándonos de cuestiones ajenas a la pintura como el rechazo a la idea teocéntrica (la perspectiva de puntos de fuga al horizonte inventada por Ucello y desarrollada a lo largo del Renacimiento,  perspectiva cónica) o la luz -razón final del modelado de las formas, vale decir de la visión natural-, como metáfora del Ser. Según ellos, en un mundo gobernado por el materialismo dialéctico y el psicoanálisis, tales desplazamientos no pueden tener lugar. Como uno ha participado durante años de ideas tan estúpidas, puede hablar con algún conocimiento de causa y las conclusiones a las que llega son de meter miedo, así que mejor sigo adelante pues -como me dijo cierta persona cuando me retiré de la escena- quién me he creído para ciscarme en todo eso.

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El modelado es la mayor conquista de la pintura occidental. Sin él no hay una representación fiel y expresiva de los seres y las cosas. Cuando unas partes se van hacia atrás y otras vienen hacia adelante formando un conjunto visualmente coherente se ha creado un trozo de vida, una representación creíble de cómo ve el mundo el pintor. Y es esa idea, expresada a través de la representación diferida de lo real pasado por el filtro de la sensibilidad, junto con las hechuras, lo que convierte una obra de arte en soporte privilegiado y expresivo del paso del autor por la vida, dejando un recuerdo de sí que trasciende su propia existencia. Y si el artista es banal sólo dejará banalidades por muy bien que ilustre su tiempo.

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Algo no va bien en mi cuerpo. Sufro desde hace días unas fuertes jaquecas sin fundamento. No es la tensión, que está en las cifras adecuadas, ni tampoco las pulsaciones (ayer 68 por minuto después de cenar, en plena digestión). Me despierto muy cansado y estoy menos vital que días atrás. Con mi síndrome de bata blanca no llevo bien la necesidad de consultar al médico y entrar de nuevo en la ronda de analíticas y pruebas.

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Ayer estuve charlando un rato con C. No le van bien las cosas y se plantea la necesidad de contratar a una persona para que atienda a su madre, cada vez más dependiente. Comprendo la situación porque hace unas semanas estaba yo en Granada tratando el mismo tema con mis hermanos.

Resulta comprensible que nuestros padres, ahora ancianos, no quieran ser asistidos por nadie y no sólo por el hecho de que se trate de extraños. Al aceptar saben que su vida está pronta a finalizar y debe ser un trago difícil. Aunque uno sea creyente, la vida tiene un gran poder de seducción. Nunca estamos preparados, siempre podemos hacer algo más, añadir alguna línea al relato aunque sepamos que ya es irrelevante. La historia de la oruga, la crisálida y la mariposa consuela la primera vez pero, como todo lo que se repite demasiado, termina por perder su efecto de calmante o placebo. Al final estás solo con tu propia muerte y has de encarar el hecho con la misma valentía que aquel cowboy, al que admirabas de niño, que se quedaba atrás para distraer un poco a los indios y conseguir que los buenos ganasen algo de tiempo aunque eso le costase la vida. Incluso para levantarse la tapa de los sesos hace falta valor, nunca es una cuestión trivial.

A partir del paso de la juventud, que ahora se prolonga mucho, hay que estar siempre preparado. Un memento mori sin desfallecimientos. No tener miedo de lo inevitable y empaparnos de nuestra propia temporalidad. Saber que lo que hacemos para dejar memoria de nuestro paso por la vida terminará en otras manos y seguirá su propio camino, separado para siempre de nuestra voluntad. Naufragará o arderá, será utilizado como alfombrilla por los prusianos o terminará decorando la habitación de un hotel de tercera. Resulta muy vanidoso proyectar el futuro como el presente porque, todo el mundo lo sabe, el futuro ya no es lo que era.