Que les corten la cabeza

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Encuentro en la capital con L para una comida tranquila. Resulta interesante la buena relación que se estableció desde el principio. Ya son años los que han pasado y la amistad ha ido siempre en creciente. Es difícil no sentirse a gusto con él; tiene una personalidad tranquila, nada compulsiva. Prefiere hablar de arte o de filosofía, vale decir de la vida, antes que de las penas de la profesión. Ortega y sus discípulos, la aportación del maestro a la historia del arte sin que tal fuera su mètier concreto. Pensar correctamente las cosas. Con la salvedad no dicha, pero crucial, de tener un ojo educado y la pregunta consiguiente de qué es eso y hasta qué punto se puede educar la mirada. La confusión extendida entre educación visual e información visual, un error interesado y mantenido por quienes nunca distinguirían entre dos obras, una buena y otra mala, sin la información previa. Hay tantos ejemplos que para qué hacer sangre. Críticos e historiadores del arte hay que, si su ocupación´fuera la música, no tendrían cestos suficientes para recoger la tomatada diaria. Lo del arte es más llevadero pues muy pocos podrían silbarles y, por cuestiones elementales, no lo hacen. Ya dejó dicho Berenson que un pueblo guerrero lo mejor que produce son espadas. Algo parecido ocurre con las personas: si lo que te interesan son las fichas producirás ficheros. Uno puede llegar a convertirse en autoridad no por su pensamiento estético o sus aciertos en la sensibilidad sino por saber que tal día, a tal hora, coincidieron en tal café fulano, el otro y el de la moto. Y puede saber hasta de lo que hablaron. ¿Alguna importancia para el arte? Ninguna pero queda muy bien. ¡Ay, la recuperación de lo irrecuperable! El cansino Cansinos y cosas así. Cómo transitar de la guerra civil a la misma guerra civil convertida en telón de fondo. Y falso telón, un trompe l’oeil para bobos. Gente que no hizo los deberes en su día y ahora babea; por el amor de Dios, que les corten la cabeza.

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Nos despedimos a la entrada del parking en el que yo había dejado mi coche. Continuó camino hacia la consulta del cirujano que le operó recientemente. Volviendo por la autovía me preguntaba por qué el azar, de existir, nos pone en el camino gente buena o gente tóxica, gente que jugará un papel importante en nuestra vida y otra que pasará armando ruido pero dejando la nada tras ella. No está en nuestra mano saberlo y tanto da el sistema de aproximación al asunto que utilicemos. Podemos ser más duros o más blandos, poner tales condiciones o no poner ninguna pero las cosas caminarán fatalmente hacia su explicación. La vida nos dio señales desde el principio y no hicimos caso. No consultamos a la sibila, el antro de Cuma donde permanecí sentado buena parte del día, sin hacer nada y dejando que el pensamiento vagara sin fijar una meta. No sirve para nada la consulta pues las cosas han de llegar a término y sólo entonces podemos hacernos las preguntas atinadas.

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Es brutalmente estúpido vivir en el pasado o intentar revivir lo que no fue. Sólo puede hacerse dentro de la obra de arte, donde daña al narrador y respeta a los inocentes. Somos un presente continuo formado por estratos sedimentados, como en la micromuestra de una pintura barroca: cuando vemos el cuadro en el museo debemos juzgarlo estrictamente por la piel, por la apariencia lograda merced a tales estratos. Pero lo importante son las hechuras, como gusta repetir C y hay tanta gente que no entiende. Sin las hechuras no hay obra, son estas las que nos llevan hasta el final y no la literatura adherida, sea en forma de discurso poético o histórico. Cabría añadir psicológico pero, al igual que el precio de los garbanzos en la Florencia de los Médicis no explica el genio de Miguel Angel, tampoco el águila abanicando a Leonardo en la cuna nos sirve de mucho.

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Sale la coleccionista con la cara del Castorcillo Valiente en los periódicos porque expone parte de su tesoro y me pregunto qué habrá visto en lo comprado, de quién se dejó engañar al principio para terminar engañándose ella sola. Tal vez fuera aquel crítico entonces famoso con el que se presentó un día en el estudio; ninguno de los dos sabía usar los ojos y se equivocaban más que la palomilla de Alberti; aquel a quien Antonio casi obligó a que mirase el desnudo de espaldas. No creo que fuese la de los medios aerovisuales, después convertida en gran autoridad artística o esta otra que, en lugar de poner una tienda de bragas de lujo, abrió una pequeña galería de arte y se echo un novio pintor, la ósmosis.

Un montón de cachivaches, de objetos sin valor alguno (por eso Hirst sembró de diamantes la calavera, para acallar al sentido común); cables, tecnología obsoleta y ocurrencias que son poco o nada ingeniosas. Pobre de ella si no siguen diciendo que eso tiene mucho valor y quien no lo acepte es tonto o, peor todavía, ignorante. Una coleccionista de nuestro tiempo, marchante también, cuyo negocio se parece al de aquellos quioscos que cambiaban tebeos. Se lo merece y nos la merecemos, algunos más que otros.

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Termino de leerlo en el mensaje de un amigo: Modern Art = I Could Do That + Yeah, But You Didn’t.

 

Sale en la prensa digital que ha muerto J.J. Cale. En memoria de los buenos ratos, que la tierra le sea leve.