Olvidar y zurcir

 

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Hay gente que no da valor a lo que hace, sea escribir, pintar, hacer fotografías o crear música. Lo ofrecen gratis et amore, a todos los vientos, con el solo afán de un reconocimiento que, tal vez, no les llega por los canales tradicionales o por joder al sistema: «Si no me permites vivir de mi trabajo, vamos a intentar que lo tuyo tampoco valga«.

Tal vez sea ingenuo pero hay que pensar en lo que se afirmaba en tiempos situacionistas: «La crítica consolida el sistema, la risa lo destruye«. Pocas cosas tan ciertas y a nada tiene más miedo el aparato que a la risa. La crítica le permite perfeccionarse, afilar la navaja y meter la puñalada por donde más hiere. Se ha visto con la actual crisis económica.

Tengo que dar una explicación personal puesto que publico estas entradas que, a trozos, tienen más fundamento y están mejor escritas que cosas similares por las que otros cobran. Soy muy celoso de mis imágenes y poco o nada de lo que escribo. En el primer caso suelo camuflarlas entre las de otros, si me decido a ponerlas, y en el segundo tengo mucha costumbre pues, aunque llevo escribiendo la mayor parte de mi vida, nunca he cobrado un duro por hacerlo. Esto último no es del todo cierto: me han pagado unas cuantas veces, muy pocas, por textos para catálogos de artistas y cosas así.

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Pasamos la juventud desgarrando el tejido de la vida y entramos en la ancianidad queriendo zurcir lo roto.

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Anda como si le hubiesen dado un susto muy grande siendo niña y ya no se hubiera recuperado. Tiene el pelo blanco, cortado a lo masculino; parece que toda ella se ha dejado dominar por la testosterona. Los pantalones comienzan en los sobacos y apenas sabe sonreír: coloca una mueca en la cara y se agita. Imposible saber de qué vive.

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No creo que Morandi, lo que hizo, represente otra posible historia de la pintura. Sobre estar excesivamente valorado para lo soso que es, su voluntad fue ser moderno. Un pintor bastante soporífero que parece algo cuando ves tres o cuatro obras pero que te lleva a bostezar o cerrar el libro porque entras enseguida en sobredosis.

Se equivocaba Jean Clair en el planteamiento y en unos cuantos nombres de su exposición reivindicativa.

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En un paisaje pintado, si es verano, se tienen que oír las moscas. Si es invierno tendría que darnos frío. Si vemos demasiado el color, si las pinceladas no ayudan al sentimiento, es un mal paisaje.

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La vista desde la azotea es la mejor del pueblo o al menos yo no conozco otra con un emplazamiento tan conveniente. Desde allí se ve toda la ciudad antigua, el campo hacia Guadalupe y Gredos a la izquierda cuando el aire es muy transparente. Todo este tiempo en el que hemos desayunado en ella, mientras el sol rompía por el cerro de Pedro Gómez y los altos de Madroñera, ha sido precioso. No se necesita nada más para ser feliz, una vez aplacados los deseos de viajes y el escape de uno mismo.

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A tales horas, entre la noche y el día, se forman los bandos de aves que salen del pueblo para comer en el campo o pasan por encima de nosotros, camino de vete a saber dónde. Esas filigranas, lejos de tranquilizar el alma, la inquietan. No puedo ver estos dibujos en el aire sin sentir pena por quienes conocen su sentido y destino. El conocimiento la pasión no quita, decía el flamenco, pero es una afirmación con poco fondo.

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Me lo dijo P.: los Borbones ni olvidan ni aprenden.