Un río que no se ve

 

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El realismo no puede ser el único criterio para juzgar las obras pues hay una realidad propia de cada una que no se deja reducir a términos realistas.

Se puede ser muy realista en los detalles y muy poco en el conjunto. Y también lo contrario. Se oye decir: no es real esa película porque -por ejemplo- no puede haber tantos locos en un solo barrio.

Según ese criterio, Las Meninas hace agua por todas partes: no puede ser que en esa habitación coincidan a un tiempo la infantita con sed, la menina que le ofrece agua en un pequeño pote de barro, la que inicia la reverencia, Maribárbola, Nicolasito Pertusato, el mastín que dormita, la pareja de guardadamas, el que va abriendo las puertas al rey, los reyes reflejados en el espejo y el propio artista pintando un cuadro muy grande. No es posible tanta coincidencia y, todavía menos, que todos ellos estén sometidos a unas leyes geométricas tan estrictas como poco aparentes. Y, desde el punto de vista del realismo, no se puede pintar con mayor realidad. Más allá es imposible, sólo se puede incorporar más detalle lo que -justamente- resta realidad en lugar de añadir.

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Pintar para el propio placer, desligando el hecho en sí de la necesidad de convertirlo en espectáculo, retribuido o no, es otra de las formas del aprender pues no existe placer mayor que el del aprendizaje, ningún otro se le aproxima. Este modo de entender la pintura también implica mirar con mucho detenimiento las obras ajenas que nos conmueven, y no hay mirada más inquisitiva que la de copiar con humildad. No para escenificar un posible juego de los siete errores -algo propio de la falsificación-  sino para trasladar a tu forma natural de pintar las soluciones felices para representar el mundo o sus fragmentos que otros encontraron antes que tú.

Los artistas clásicos no tenían prejuicios a la hora de copiar pues formaba parte no sólo del aprendizaje sino también de la apropiación de obras cuyos méritos encontraban laudables. Rubens copió a su manera muchas obras, de Tiziano o Caravaggio y también de artistas menores. Las obras resultantes no dejan de ser Rubens, -del mismo modo que Sorolla copiando a Velázquez hace un Sorolla-, y me estoy refiriendo al Rubens maestro, que domina su arte, no al aprendiz. Si había que pedir permiso para copiar -y todavía hay que hacerlo en el museo del Prado- es porque, además de aprender, te llevas a casa obras que te apasionan y que no podrías comprar.

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Cuando mi hijo J. era niño de siete u ocho años hicieron los del Banco Santander una exposición con fondos de la colección que primero fue del Banco Urquijo, después del Hispanoamericano y por último del citado, tras la absorción de los otros. Entre las obras hay un cuadro mío que se cuenta entre los mejores que pinté cuando era pintor abstracto. Se títula «El río V», creo recordar.

El caso es que una de las profesoras de mi hijo decidió llevar a los niños a ver la exposición, señalando al chico que había en ella un cuadro de su padre. Eso en la clase y dicho en voz alta. J. debió esponjarse lo suyo y lo contó en casa muy contento. Llegado el día, regresó con cara de pocos amigos y pensé que se habría peleado con algún compañero, así que le pregunté qué había pasado. Mirándome con cara de completo reproche, dijo:

-¿El río? ¿Dónde está el río?

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Los niños nacen intoxicados. En 2004 se publicaron en USA los resultados sobre la presencia de sustancias tóxicas en el cordón umbilical de los recién nacidos en un hospital durante determinado período de tiempo. Se identificaron 287 sustancias químicas, de las cuales 187 eran cancerígenas para humanos y animales, 217 eran tóxicas para el sistema nervioso y el cerebro, y 208 podían causar defectos de nacimiento o desarrollo anormal.

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B. va con su guitarra y un sombrero cordobés a todas partes. Su ídolo es Valderrama pero también le gusta mucho Farina.

Cuando se acerca en silencio a una mesa ocupada por turistas, éstos ponen cara de agrado y expectativa, de andar encantados de que un indígena les cante flamenco mientras comen o cenan. Todo se va al garete cuando B. abre la boca y golpea furiosamente su guitarra vociferando lo único que sabe: ¡La fuente…! ¡La fuente…!