Una mano terrible

 

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Murió Don Francisco y esta mañana fue la misa de difuntos. Estaba muy bien con sus 85 años, la edad de mi padre, pero una caída fatal ha terminado con su vida. Fue buen pastor y buen hombre. No tenía nada que considerase suyo y su amor por los pobres hacía que se quitase el pan de la boca para dárselo a ellos. Les ayudaba con los escasos recursos de la parroquia y con los suyos propios.

Hace un tiempo apareció con señales de golpes en la cara. Alguien entre los que pedían su apoyo debió creer que guardaba un tesoro en casa y maltrató al anciano sacerdote. No dijo quién le agredió, guardó silencio como lo que era, un hombre de Dios.

La última vez que crucé unas palabras con él, le apreté con afecto el brazo y me di cuenta de que era todo hueso y piel. Es lástima que esa caída nos haya privado de su presencia unos años más pero no hay que temer por la salvación de su alma.

Esta mañana, mientras sonaba en San Martín el bien timbrado coro de hombres del cercano hilasterio, la cabeza se puso a pensar en lo dura que es la vida de los sacerdotes católicos. Renuncian a todo cuanto puede hacer feliz a un hombre para encerrarse en el amor a los demás, que es la forma más elevada de amor a Dios. En tiempos en los que el ego es protagonista absoluto de la mala película en la que transcurren nuestras vidas, hombres como Don Francisco han dedicado su vida al Otro, dándolo todo, sin dejar nada para sí. Tal vez sea cierto que acabaremos en las catacumbas, perseguidos de nuevo. La vida sencilla de este servidor de Dios nos alumbrará en los años oscuros.

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La música, como el arte, sólo es realmente grande cuando se dirige a Dios, cuando es súplica y diálogo. También el bisonte de Altamira es una conversación con la Divinidad por medio del Misterio de lo Creado, aunque la lectura materialista al uso trate de hacernos creer que la comprensión de su significado descansa en la antropología y sólo en ella.

Según esta lectura cuando admiramos la belleza de un paraje no estamos conmovidos por la obra del Creador sino fascinados por las posibilidades vitales que nuestros antepasados monos veían en dicho paraje. Suponiendo que así fuera -habrá que pensar que algún día aparecerá el dichoso eslabón perdido pues los así considerados hasta ahora no han resistido el empuje de la ciencia- la unión de la belleza y lo útil, o de lo bello y lo bueno, también es obra divina.

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En la pintura lo que no es luz no sirve para nada.

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Mi hermano me envía una foto, vieja y gastada. Yo soy el mayor y llevo una gorra blanca; él es un bebé sonriente en las rodillas de nuestra madre; M. también se ríe y su cuerpecito explica por qué la llamaba Ratoncillo cuando éramos niños. Al otro lado de la imagen, tras la cámara, está mi padre. Es verano porque los niños aparecemos en traje de baño y mamá lleva un vestido de manga corta. Detrás está el mar y vamos sentados en el barco que tenía entonces mi padre. Sujeto con la mano derecha lo que debe ser una caña de pesca seguramente de papá pues, aunque ya le acompaño de vez en cuando en las salidas, una caña de mar es demasiado pesada para mis pocos años.

¿Hizo la foto cuando cruzamos la dársena para pasar el día en una playa que nadie frecuentaba entonces? Mi madre se asustó a la vuelta porque el mar se puso hosco. Yo tenía tal fe en mi padre que si me hubiera pedido caminar sobre el agua lo habría hecho sin titubear. No tuve miedo.

Mamá es una mujer muy joven en esta foto. Todavía tendría un cuarto hijo. Me hace recordar su pulcritud ese paño blanco que se ha puesto en las rodillas para sentar al bebé. ¿Qué dice su cara? Mira arrobada a su marido, el único hombre de su vida, desde la adolescencia. Ahora que no puede valerse por sí misma, él cuida de ella. No consiente que nadie la toque. Él es marido, enfermero, mozo de los recados y señorita de compañía. Mamá no quiere que se aparte ni un instante. Él se desespera viendo como la cabeza de su mujer se va deteriorando. Una mano terrible está borrando su memoria.

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Para no quedarme, ni dejarte a ti, con esta imagen, termino con una buena noticia: a uno de mis hijos le han ofrecido trabajo de lo suyo en un centro importante de los USA. Ha intentado por todos los medios permanecer aquí pero los norteamericanos, tal vez más avispados, le han hecho una oferta que no ha podido rechazar. Estamos felices por él pero nos gustaba tenerle cerca. Si la perfección fuera cosa de este mundo el Reino de Dios ya habría llegado.