Vestir el crimen

 

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Un espermatozoide y un óvulo manifiestan todas sus capacidades cuando entran, mediante la cópula, en disposición de interaccionar. Hasta ese momento son inanes y, aunque forman parte de la vida del portador, sólo forman otra vida -vida humana- cuando se produce la fecundación.

La discusión acerca de si la mórula es vida humana o no, carece de sentido. Lo es desde el mismo momento en que el óvulo resulta fecundado y viable. Cuestión diferente es que de la vida formada se quiera hacer, mediante la mixtificación política del «derecho a decidir» (derecho inexistente en este caso, tanto como el derecho a matar), sujeto pasivo de la política. Ese es otro cantar pero los defensores del aborto deberían jugar limpio y ser claros: «Nos importa un bledo que el nonato sea un ser humano, lo que queremos es que se reconozca nuestro derecho a matarlo«. Sería muy de agradecer que no confundieran a la gente con argumentos retorcidos y completamente absurdos, fuera de toda razón.

Vestir lo que es un crimen, la eliminación de un ser humano, con el derecho de las mujeres a decidir sobre su propio cuerpo resulta falaz pues la mujer, aunque no le guste a algunas, no es dueña del nonato sino sólo su portadora. El que se desarrolle dentro de ella es cuestión provisional: forma parte del hecho de que las hembras humanas mantienen el huevo fecundado dentro de sí. Podría haber sido como en otras especies que depositan ese huevo en algún lugar y en el nacimiento de la nueva criatura no interviene la madre, aunque -como en el caso del cocodrilo hembra, bastante sensible al parecer- pobre del que se acerque al nido o suponga una amenaza para la vida de los nonatos.

Hay argumentos estúpidos pero ninguno tanto como defender el aborto desde un punto de vista malthusiano: según estos descerebrados matar a los nonatos es lícito toda vez que hay sobrepoblación en el planeta. Las mujeres embarazadas no sólo no incurrirían en delito alguno sino que tendrían que ser aplaudidas por no contribuir a la entropía. El argumento es tan pobre y de tan escaso nivel que no hay que dedicarle más tiempo.

Sin embargo estos malthusianos malgré eux concuerdan con los del «derecho a decidir» en la reivindicación e intento de moralización del crimen. Lo más terrible del genocidio perpetrado por los nazis sobre los judíos fue el hecho de que los asesinaran no por sus acciones sino por lo que eran. Nadie puede defenderse de lo que es y menos que nadie el nonato. Hay una equivalencia inquietante y terrible entre quienes aspiran a tener el derecho de matar nonatos y la ideología que sembró Europa de cadáveres. Querer disponer de las vidas de otros -y el nonato no es parte de su madre sino Otro- nos vuelve a llevar de vuelta a escenarios que parecían superados para siempre. Y que ese retorno se haga en nombre del progreso y la libertad resulta una broma macabra.

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Cuando Norteamérica arrebató a Méjico la mitad de su territorio norte los progresistas del mundo aplaudieron. A Carlos Marx le pareció, incluso, que era una feliz noticia para los proletarios de todo el mundo y, muy especialmente, para los mejicanos.

Así de idealizada tenían a la Norteamérica de aquellos años. Los progresistas, hoy, rechinan los dientes con cada acción exterior del que fuera país de sus sueños.

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Dice el cocinero Adriá que ya no se discute si la cocina es arte, es decir, que lo es. Por tanto, él es un artista y como tal está justificado que exponga sus dibujitos para que otros los admiren. Resultan muy penosos pero qué quieren: no queda otra que ser consecuentes. Por mi parte siento una viva simpatía por los buenos cocineros y estoy dispuesto a conceder que, en ciertos estupendos casos, llegan a ser honestos artesanos.

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Resulta interesante que Fidel Castro, para motivar a su gente antes del asalto al cuartel Moncada, utilizase el manual de José Antonio Primo de Rivera para formar las milicias falangistas españolas.

Fue un completo fracaso, como sabemos, pero los Castro salieron muy bien parados porque pusieron pies en polvorosa cuando vieron la cosa ponerse fea y, aunque los apresaron, su padre movió influencias para que no les ocurriese nada. No les tocaron un pelo, al contrario que a sus correligionarios, y ambos aprovecharon el poco tiempo en que estuvieron presos, Fidel para escribir «La historia me absolverá» -al menos un borrador- y Raúl para profundizar en sus lecturas comunistas.