Ni pájaro, ni solitario

 

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Leída la biografía de Velázquez por Benassar. Algunas anotaciones a tener en consideración. Lo principal es que se ciñe a los hechos que se pueden documentar y advierte cuándo va a esbozar una hipótesis. El caso es que poniendo delante lo documentado hay momentos en que lo ves, ves a Velázquez.

Hay algunos detalles a tener en cuenta. Velázquez conoció el infortunio en su vida familiar (sólo tuvo dos hijas de su mujer, Juana Pacheco, y ambas murieron en vida del pintor; vio extinguirse igualmente al príncipe Baltasar Carlos por el que sentía vivo afecto) pero gozó desde muy joven del éxito en la profesión. Primero como aprendiz muy dotado en el taller de su maestro Pacheco y después como pintor de cámara del rey Felipe IV. Tuvo algunas dificultades económicas no demasiado serias en los primeros años en la Corte por atrasos de su sueldo pero pronto se creó una vida acomodada. Su taller hervía de actividad y llegó a mantener en él unos cinco ayudantes regularmente, entre ellos su hermano Juan Velázquez -también pintor- cuyas obras son por completo desconocidas, al menos de momento. Nada del «Velázquez, pájaro solitario» -fruto de un arrebato poético más que de una reflexión seria a partir de los hechos- sino más bien al contrario: fue hombre muy sociable y pintor que intercambiaba experiencias y puntos de vista con otros pintores, tanto españoles como extranjeros. En su casa vivió alojado Murillo cuando probó fortuna en Madrid y los dos muralistas que se trajo de Italia, Colonna y Mittelli, mientras estuvieron trabajando al servicio del rey, entre otros artistas de mérito. No hay que hablar de la protección que dispensó desde su puesto a Zurbarán y Alonso Cano.

Sin embargo tuvo que sufrir mucho a cuenta de la envidia, ese mal terrible que corroe a quien la padece y puede crear serios problemas al envidiado. Hay que tener en cuenta que el italiano Carducho, pintor de cámara como él, gozaba de mucho prestigio y autoridad a pesar de que hoy sea considerado un pintor de escasa relevancia. Velázquez debió protegerse pues, tanto los Carducho como Cajés, eran peligrosos intrigantes además de envidiosos.

Para Carducho, Velázquez sólo sabía pintar cabezas, es decir, no era un verdadero artista pues la Verdad (el Natural) estaba para ser corregido y no imitado. En otras palabras: un pintor debía ser capaz de pintar cuadros de asunto como eran llamados entonces los cuadros que representaban escenas religiosas, históricas o mitológicas y ello dentro de un estilo idealizado. Puede argumentarse que, a esas alturas, Velázquez ya había pintado «El triunfo de Baco» pero justamente esa obra fue ridiculizada por Carducho sin mencionar al autor.

Del primer viaje a Italia trae dos grandes cuadros de asunto: «La fragua de Vulcano» y «La túnica de José». El tratamiento del tema es tan nuevo que está por completo fuera del alcance de los otros pintores de la Corte pero además -y esta es una aguda observación de Benassar- los dos cuadros tienen como protagonista a la Envidia, aunque no figure representada en ellos.

Apolo, seducido por los encantos de Venus, quiere poseerla pero ésta -mujer de Vulcano- prefiere a Marte, dios de la guerra. La envidia devora al dios solar y, como venganza, comete la villanía de acudir a Vulcano para denunciar la infidelidad de su esposa.

En el otro cuadro por envidia los hermanos muestran a Jacob la túnica de José manchada con la sangre de un cordero, haciéndole creer que ha muerto.

Cabe preguntarse si los envidiosos entendieron las fábulas y lo natural es que sí pues todos ellos eran cultos y documentados. No debió ser pequeña venganza colgar aquellos cuadros en las salas del Real Alcázar, a la vista de los ofensores.

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Resulta decepcionante -en un libro tan acertado en otros puntos- el capítulo final, en el que trata de explicar la influencia de Velázquez en pintores posteriores. Todo lo que se le ocurre es invocar al sobrevalorado e inflado Manet y al atormentado Francis Bacon por su no menos atormentada serie sobre el retrato velazqueño del Papa Inocencio X.

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A pesar de lo dicho al principio, al cerrar una biografía es casi obligado que surja la pregunta de si puede caber una vida en unas páginas y es fácil darse cuenta de que no. Por suerte la vida es irreductible al relato de la misma. Entonces, ¿dónde está Velázquez? En sus obras, ahí se nos muestra completo aunque no sepamos leer todo lo que nos dicen. Por ellas sabemos que era inteligente, muy psicólogo, reflexivo y al mismo tiempo audaz, atributos que quedan refrendados en lo que opinaban sus coetáneos.