Un Velázquez sin flema (1)

 

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La interpretación de los hechos que conocemos sobre la vida de Velázquez ha facilitado muchas tonterías. Tal es el caso de la palabra flema referida al gran pintor que aparece por dos veces -que yo sepa– en la correspondencia de Felipe IV.

La escasez de datos sobre un pintor tan grande da cuenta de la pereza de nuestros historiadores del arte del pasado para trabajar en los archivos. Tan pronto como otras generaciones se han quitado la pereza han comenzado a aparecer nuevos datos. El asunto no es de ahora: ahí están los documentos encontrados por Sánchez Cantón sobre la testamentaría del pintor a mediados de los años 20 del siglo pasado, que tanto juego han dado para un enfoque más correcto del acervo cultural y la personalidad de Velázquez. Puede decirse que a partir de la relación de títulos de su biblioteca queda superada para siempre la idea de un pintor de lo inmediato cuya genialidad consistiría en haber anticipado la visión impresionista. Hay mucho más fuste intelectual en nuestro primer pintor.

Dice en una de sus cartas Felipe IV que ya no está dispuesto a ser retratado una vez más por no someterse a la flema de Velázquez. Sorprende la afirmación por cuanto existe constancia documental de que el extraordinario retrato que se encuentra en la Frick Collection –el llamado «Felipe IV en Fraga»– fue pintado en sólo tres sesiones. Algo no encaja.

Tampoco encaja que alguien con ese carácter fuese capaz de poner en pie obras tan complejas y ambiciosas como Las Lanzas, Las Hilanderas o Las Meninas. Podrá argumentarse que Rubens era capaz de completar ciclos enteros con numerosas obras de grandes dimensiones en un tiempo relativamente breve pero hay que decir que el taller del flamenco -el Picasso de su tiempo en cuanto a producción y riqueza- era una fábrica muy eficiente, con un sistema de trabajo en el que el maestro realizaba los bocetos alla breve y los discípulos ejecutaban todas las labores rutinarias y tediosas, reservándose los toques finales de acabado para el propio Rubens. Por supuesto que hay excepciones a esta regla general y existen obras de su entera mano y otras que ni siquiera rozó.

¿De dónde, entonces, esa fama de flemático que tanta tinta ha hecho correr e inspirado verdaderas tonterías sobre el carácter del pintor sevillano? Si es capaz de hacer un retrato como el citado más arriba en sólo tres poses y lo mismo o parecido con el del Papa Inocencio, la conclusión aparente –aunque no del todo cierta– es que flema en este caso no alude al carácter sino a la poca prisa que se daba en acabar los cuadros cuando no estaba obligado a ello.

Velázquez era un perfeccionista pero, a partir de su primer viaje a Roma, dejó de amar el detalle para concentrar su esfuerzo en otras cuestiones técnicas y conceptuales más atractivas. De su perfeccionismo dan buena cuenta todos los cuadros sin terminar o empezados y abandonados. Cuadros para él mismo, para indagar en algo que le pudiera interesar, pues en los encargos son los pentimenti los que permiten conocer sus cambios de opinión: cubría con una capa ligera de color la zona que deseaba cambiar y resolvía encima. Con el tiempo la pintura al óleo se hace más transparente y hoy podemos ver esos cambios a simple vista pero sus contemporáneos nunca supieron que tal figura estuvo colocada en otra postura o que el caballo tenía las patas en diferente posición.

Vamos a situarnos un poco dando un rodeo. La teoría del arte estuvo dominada durante mucho tiempo por los conceptos de Vasari. Fue leído en toda Europa y sus ideas forjaron el canon con el que los artistas eran medidos. Como seguidor de Miguel Angel hizo primar el disegno sobre el color dando pie al pensamiento de que el dibujo –tan abstracto siempre– es el portador privilegiado de las ideas mientras el color sitúa la pintura a ras de suelo, convertida en poco más que una artesanía.

A Vasari debemos la idea, tan decimonónica por otro lado, de la primacía de la Escuela Florentina. Sin embargo cuando llega a Tiziano se mete en un conflicto porque el ilustre veneciano, inmenso colorista, es al tiempo un excelente dibujante. No hay el menor desacuerdo, en la etapa de su vida que Vasari considera de plenitud, entre forma y color, entre dibujo y croma.

 

(continuará)