Pegar fuego a los palacios

 

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Los eufemismos son como los embellecedores de los coches: aparentemente no sirven para nada pero esconden bajo ellos las piezas que hacen funcionar el conjunto.

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Lo que algún día sucederá proyecta oscuridad sobre las horas presentes.

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A mi edad va resultando fácil olvidar las cosas y también a las personas que jugaron un papel negativo en mi vida. No a todos, pues los hubo que ni ser olvidados merecen.

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Fue la Ciencia la que propició el alejamiento de Dios y es la Ciencia quien vuelve a traerlo. Resulta habitual entre físicos la creencia religiosa pero no entre biólogos, seguramente porque los primeros están más capacitados para atisbar el Misterio y los segundos -en el trato con bichitos- equivocan el sentido de la vida.

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Aunque nos bombardeen a todas horas con esas porquerías que llaman arte, de vez en cuando surge el verdadero artista. Puede aparecer en cualquier disciplina: música, pintura, cine… En ese momento todos nos damos cuenta de la trampa y nos rendimos sin reservas. Todos menos los que reciben dinero y poder por seguir voceando lo contrario.

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Me encanta esto pero no sé de quién es: Por culpa de una herradura se perdió un caballo, por culpa de un caballo se perdió la guerra. (*)

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Cuando se camina por el interior de una iglesia se pisan las laudas que cubren los restos de los muertos. Ninguna resiste, todas terminan lisas sin que pueda saberse de quién guardan los despojos. Nombres que no se pueden leer y me traen recuerdos de aquella otra vista en Roma, en el interior de un patio monjil, de la que pude descifrar «sombra fui y sólo ceniza ahora«.

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Cuando X. era joven adoptó, más o menos, el modo de vida Machado. Como eso le obligaba a ser bueno e iba contra su naturaleza se desdijo pronto y se pasó al modo JRJ.

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En las bodas de mi pueblo se ha notado mucho el comercio chino. Ellas visten conjuntos que hubieran sido impensables hace sólo diez años. No les falta detalle, todo entonado y todo de mala calidad. Se ha puesto de moda, como en las bodas principales, gastar pamela o sombrero a juego. Hay que pasmarse ante lo que algunas se ponen en la cabeza. Los hombres, no habituados al traje, andan tiesos, incómodos, dudando entre hacer de pavos reales y las ganas de aflojarse las cinchas.

Pero qué, también tienen derecho a un poco de glam aunque haya sido cosido en China por una muchacha que duerme en la fábrica sobre montones de ropa. Ya lo dijo Chesterton –o puede que Ortega, no me pidas precisión–: «No se trata de que asalten y peguen fuego a los palacios sino de que aprendan a vivir en ellos«.

 

 

(*) Intrigado acudo a Google, que ofrece este título y autoría: Jacula Prudentum (1651), una recopilación de George Herbert. Satisfecha la curiosidad. ¿Cómo habrá llegado hasta mí, que no conozco la obra ni sabía del autor?