Un Velázquez sin flema (4)

 

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Para los pintores venecianos la idea de sprezzatura fue de vital importancia. Es un concepto ajeno al arte, propio de las formas cortesanas, y fue Castiglione en su famoso libro quien lo echó a volar y dio fama.

Hacer que lo difícil parezca fácil. Algo que también está presente en la pintura y caligrafía chinas: el pintor puede confundir al espectador haciéndole tomar por un gesto casual, hasta descuidado, lo que ensayó cien veces. Y todo lo contrario: una pincelada precisa y de apariencia meditada puede ser fruto de un azar provocado.

La sprezzatura sirve a Velázquez para pintar un extraordinario retrato alla prima –como el señalado de Felipe IV en la Frick Collection– o un cuadro de asunto tan complejo como Las Meninas. En otras palabras: pintar del tirón hasta terminar o hacerlo por capas en diferentes sesiones, a veces muy separadas en el tiempo.

No se puede hablar de sprezzatura sin tener en cuenta algo que ya dejé apuntado: la inferencia, el mejor modo de representar lo visible en la pintura. Está basada en dos criterios claros y precisos: dejar sitio al espectador (no cerrar las formas para que sea él quien las cierre) y simular el modo en que nuestro cerebro percibe y organiza lo visual.

Los psicólogos de la Gestalt, en especial aquellos que se dedicaron al estudio de la percepción visual, advirtieron qué pocos elementos bastan a nuestro cerebro para conformar la realidad. La única condición es que algunos de ellos sean muy precisos.

Lo anterior se demuestra en el dibujo abierto: el pintor esboza líneas una y otra vez en lo que puede parecer caótico al primer vistazo pero bastará que una sola sea acertada para que el resto se coloquen, como por magia, en su lugar correspondiente. Eso permitió a los pintores separarse del detalle, de los cuadros de pequeño formato y de la tabla como soporte. En otro orden de cosas también de la restrictiva –y dibujística– pintura al fresco cambiándola por los lienzos de lino sobre bastidor de madera, los cuales podían ser salvados si el edificio o el muro corrían peligro, algo que no sucede con el fresco.

La destrucción irremediable de los frescos de Giorgione –que debieron ser muy novedosos y celebrados en su tiempo– pintados en el Fondaco dei Tedeschi de Venecia está en el origen de la pintura sobre lienzo. Va de suyo que los venecianos, tan navegantes, pensasen en las velas de sus embarcaciones, muy bien preparadas contra el agua. Bastaba con añadir a los lienzos –aceitados con el jugo de las semillas del lino– un color de base para que se pudiese pintar sobre ellos. Sin salir de las limitaciones de la tabla y el muro no hubiera visto la luz el Gran Estilo, síntesis gloriosa en la historia de la pintura entre lo florentino y lo veneciano, entre la grandeza de Buonarroti y la libertad expresiva y el croma de los pintores de la Serenísima.

 

(continuará)