Mirar sin decir

 

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Feo no he sido pero conseguiré serlo. Católico todo lo que la Palabra me exige y el sentido común autoriza. Sentimental sin tasa, ¿para qué?

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Las campanas en un pueblo tienen mucha importancia. Ya no hay toques a rebato cuando el campo arde pero nos enteramos por ellas del paso de las horas… y de los muertos. Cuando tocan a difuntos se te hace un nudo porque lo probable es que sea alguien que conoces. Lo sabrás más tarde, cuando salgas y preguntes. Sigues trabajando y piensas que un día serás tú el protagonista de esa película. Te vas librando por los pelos, de momento.

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El guasón, cuyo humor consiste en reírse de los demás, resulta insoportable. De hecho no es humor lo que practica sino sorna, un feo vicio. El que se ríe de sí mismo, acompañado por los otros, suele resultar un galápago de muchas conchas que esconde su vulnerable carne tras la broma, pero si escarbamos un poco aparecerá un ser sensible y con tendencias suicidas.

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A mi edad resulta muy chocante que en España algunos consideren el castrismo-chavismo como la solución a los problemas que se dan en un país que pretende ser avanzado.

Era inevitable que, dada la pobrísima formación ideológica de nuestra clase política, tres profesorines con ideas que eran viejas en el 68 sean tomados por un aire nuevo. Aire sí pero maloliente. Nuevo de ningún modo.

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Ayer tuve ocasión de que Luis Bravo, tan formidable como discreto pianista, me invitase a escuchar una grabación del concierto que dio hace unos meses con la Orquesta Santa Cecilia de Roma. La obra: el 2 para piano y orquesta de Rajmáninov, una pieza de muy largo aliento y endemoniada de interpretar bien, aunque no sea el 3, que ya se sabe que es casi imposible.

Qué extraño y al mismo tiempo anacrónico este romanticismo de última hora que ya es nostalgia pero que todavía maneja con destreza y sensibilidad los registros del alma, de la ternura a la furia, del llanto al estrambote.

No es un secreto mi mucho aprecio por Luis. Tiene todo, no sólo lo que cabe encontrar en el buen amigo sino las fibras del gran músico, del artista completo que es. Pero hay que hacerse alguna pregunta: ¿qué le debemos? Todo: que exista, que viva ahí cerca y siempre esté para los amigos, su serena concepción del Gran Arte y una sensibilidad musical que es suya, con la que ni siquiera el inmenso Esteban Sánchez fue capaz de acabar. Y él no nos debe nada porque el artista, cuando lo es de verdad, no debe nada. El apesebrado, el lameculos, el rondador, lo deben todo y si se les quitaran esas muletas veríamos que no hay nada, o tan poco que son prescindibles. Trujillo debe a Luis agradecimiento y consideración. Y en el terreno de lo práctico un gran concierto en el mejor escenario. Es urgente para que no continúe la injusticia.

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Pregunta un amigo por qué he espaciado tanto estas notas de un figurado diario. Es sencillo responder: ahora hay acción, menos cosas que contar y más que hacer. La vida va por rachas y tras la tormenta, como en la Pastoral, el sol retempla todo lo que respira. Contemplar sin comunicar, mirar sin decir.