Exageraciones

 

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Días atrás estuve en Madrid para asistir a la boda de una sobrina. Sabor agridulce pues, junto a la alegría del banquete y el reencuentro con personas apreciadas y queridas, mordía el corazón ver que ha pasado tanto tiempo que, gente a la que puede hacer treinta años que no veo, se ha convertido en anciana. Cómo no pensar que ellos han visto lo mismo en mi cara.

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La Belleza es uno de los atributos del Ser y preexiste a su percepción por nosotros. Siempre ha estado ahí, hasta que nos deslumbra con su fulgor. Aunque existen elementos circunstanciales e históricos que pueden ser confundidos con ella, no hay que dejarse engañar: la Belleza, como la Geometría, no se inventa sino que se descubre.

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Cuando la agrimensura se hace especulativa y se convierte en Geometría revela su condición de absoluta, externa y eterna. No se basa en criterios establecidos por los seres humanos sino que tiene una existencia intemporal e independiente de nosotros.

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Que podamos ir descifrando algunas partes de lo real sólo debería hacernos pensar que hemos descubierto el lenguaje en el que todo está escrito. La verdadera cuestión es cómo hemos llegado ahí.

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Los pintores románticos comparten un defecto con la mayoría de los poetas: la exageración. Parece difícil escribir un poema o pintar a lo romántico sin que la exageración tenga un papel destacado en el drama. No hay que ir muy lejos: basta con ver los dibujos y acuarelas de David Roberts hechos para ilustrar su viaje por España y comparar los lugares representados con la realidad, que se nos aparece tan chata y ramplona como desapacible resulta el chirrido del gorrión frente al gorjeo del poético ruiseñor. Y sin embargo, qué pronto nos cansamos de tanta hipérbole y –como el goloso ahíto de salsas refinadas– ansiamos la familiaridad de una tortilla a la francesa.

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Llevo unos días poniendo música en círculo, del Oficio de Difuntos de Victoria a las Lecciones de Tinieblas de Couperin, haciendo etapas en el Actus Tragicus y distintos réquiem y motetes de funesto signo. Puede ser el deseo de revivir la belleza que la liturgia católica ha perdido o ir probándome trajes a ver en cuál me siento más cómodo.