Las manos quietas

 

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Me inquieta tanto el que, brazo en alto, cierra el puño como el que extiende la mano. En el baile flamenco masculino no se deben levantar las manos por encima de los hombros. Si uno no sabe qué hacer con ellas es mejor meterlas en los bolsillos.

Votar a alguien que levanta el puño es indecente pero, sobre todo, estúpido. Podría ser la última vez que te dejara votar. También Hitler llegó por los votos y con un programa de regeneración democrática. El resto de la historia lo conocemos bien.

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Todas nuestras acciones tienen al menos dos explicaciones posibles y una de ellas siempre resulta embarazosa.

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Durante la tiranía del Arte Moderno, que no ha terminado, se decía que Sorolla pintaba con la barriga; era visto como un descerebrado con unas dotes excepcionales para hacer pinturas sin interés. Es falso: su amistad con gente ilustrada no venía sólo de retratarla. Tuvo mala suerte con los del 98 y su perversa manía de ver a España más negra que el sobaco de un grillo. Para aquellos pelmazos el gran pintor era Zuloaga y no hay nada que añadir.

Me hizo gracia la afirmación de Sorolla de que, después de Velázquez, la única aportación real al arte de la pintura fue el color violeta. Así de momento parece cosa de broma, de querer reírse de alguien. Pero no, es una verdad como un templo: sin violeta no puede haber luz del sol en el cuadro. Y esa fue la gran aportación de los pintores del XIX: permitir que el sol brille en sus obras.

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Una vida entera enseñando a ver y puede que sea olvidado durante mucho tiempo. Hace unos días me entró un poco de nostalgia cuando, a propósito de que sé yo, apareció el nombre de Marangoni. Me vi con 16 o 17 años y su libro (Saper Vedere) siempre en el bolsillo. No me enseñó a ver pues lo que Natura no da, etc, pero me hacía mucha gracia su falta de respeto, cuando era necesario, por las obras ridículas de los grandes nombres de la historia del arte. Aquello que decía del Mercurio de Giambologna: pésima escultura pero útil pisapapeles. O algo así.

No sé cómo tomaría hoy su libro. No lo tengo (debía ser la edición del 58) pues lo habré perdido, regalado o lo que sea. Y no sé si me tienta volver a echarle el ojo.

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El juicio visual es cosa mía pero Zóbel me ayudó mucho a refinar los ojos. Un hombre irrepetible. Personas que van desapareciendo; muy valiosas, han sido sustituidas por mediocres. Terreno pantanoso éste en el que es mejor no entrar pues no hay nada que irrite tanto al que tiene un ojo enfrente del otro como que haya quien se lo recuerde.

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Termino con una del campo. Ya apunta la primavera y se equivocará como todos los años. Las mimosas van a reventar si hay dos semanas más de buen tiempo. Las plantas están alegres, se les nota. Malo será que vengan heladas tardías, cuando más daño hacen.