Caza de la perdiz con reclamo

 

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Parece que todo el mundo se está volviendo loco en España. El país está profundamente enfermo de odio, resentimiento y deseos de venganza. Quién podía pensarlo en 1977, con aquel encaje de bolillos y los muertos en las calles, pocos para los que podrían haber sido.

El veneno ha sido efectivo, como el cortinarius orellanus (vulgo mataparientes), una seta que sabe muy bien y te mata sin remedio al cabo de muchos días de haberla comido, cuando tu organismo está completamente infiltrado por el tóxico y no hay remedio.

Unos profesorcitos de poca chicha y menos calado, enarbolando lo que ahora llaman neo-comunismo, y que no es otra cosa que la peculiar versión castrista del leninismo más o menos clásico, traen al país en jaque desde los medios propiedad, en buena parte, de un amigo del ex-presidente Zapatero, tal vez la mayor desgracia caída sobre España desde la sublevación militar del 36 y los asesinatos en las checas estalinistas. Un tonto con mala intención siempre es peor que un malvado porque del segundo estás advertido y puedes defenderte mientras que al primero no lo tomas en serio.

Hay razones más que objetivas para el cabreo social: demasiada gente en el paro y una clase media (la verdadera creadora de empleo y riqueza) prácticamente en la ruina. No era natural que mi vecina Felipa desayunase todos los días en el café de la plaza, al lado de los señoritos de finca y posibles. No porque no lo mereciese sino porque alguien tendría que pagarlo y ella no podía.

Es un símil ya viejo y que se utilizó mucho durante el paso de la dictadura a la democracia: hay que lavar al niño –que está emporcado– pero no sería sensato tirarlo con el agua sucia. A la democracia no puede sustituirla el comunismo, con su orgía de tinieblas, presos de opinión y checas. Cámbiese lo que deba cambiarse y que vaya a la cárcel quien tenga que estar en ella: nueva ley de financiación de partidos, separación real de poderes, listas abiertas y una extensa disminución del peso de la Administración Pública. Y usar las leyes que ya existen contra la corrupción junto a hacer imposible la profesionalización de la vida política. Después de la democracia del 77, más democracia y nada de comunismo. Sigo sin entender que se persigan los símbolos nazis y no los comunistas, cuyos crímenes son mucho más extensos, en proporción de 10 a 1. Que se persiga por igual a quienes hagan uso de tales símbolos, sin distinción.

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Había un quiosco de la música en el parque y los domingos por la tarde bailaban las parejas. La semana laboral era de seis días completos y la gente disponía del domingo para el descanso, como Dios. En aquel clima abominable la orquesta pachanguera tocaba mientras ellas y ellos se arrebujaban bajo los negros paraguas.

La orquesta, mediados de los 50, tocaba los grandes éxitos del momento. Recuerdo especialmente la de las verdes praderas en las que el indio llamaba a Lirio Azul y una italiana de mucho éxito cuya letra ya se ha borrado. Había un puesto de aceitunas manzanilla, muy saladas, de las que dan dolor de cabeza, pero mi padre se empeñaba en comprarlas convencido de que me encantaban. Los helados industriales no existían y los carrillos heladeros, de sal gorda y amoníaco, nos vendían aquellas maravillas al corte, siempre preferible al cucurucho porque la mano que manejaba el cuchillo podía ser más generosa. Sí, la lluvia constante y el cercano puerto marinero, con alguna sirena anunciando la llegada de pescado fresco. Cajas de madera rebosando la plata brillante de las sardinas y la piel tersa color antracita húmeda de los bonitos, delicioso y pequeño túnido que esa misma noche entraría en lonja para acabar su vida de pez metido en una lata de conserva y su cabezada frita, tostada, para vender al detall en cucuruchos de papel de estraza, de un gris tirando a serio.

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Estamos en temporada de caza de la perdiz con reclamo: ¡Cuchichí, cuchichí! Y acuden como tontas, enceladas.

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Hemos comido chocolate negro en la cama y algunas esquirlas han caído sobre el edredón. Con las calores se han fundido, dejando unas manchas que dan que pensar. Yo sé que se trata de chocolate, completamente inofensivo, pero quien haga la cama puede que saque algunas ideas curiosas sobre mi sentido de la higiene.

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Lo que han dado en llamar éxtasis del pintor durante la ejecución de la obra, ese particular momento en el que no existe el mundo exterior y la mente parece encapsulada mientras la energía corre por el brazo hasta salir por el extremo del pincel como si tuviera voluntad propia, el silencio tan profundo que no se escucha la música que está sonando en el aparato y parece que el tiempo no está corriendo en contra, todo eso –tal vez– sería consecuencia de haber podido anular el hemisferio izquierdo del cerebro, el del lenguaje y la razón, para dejar que el derecho campe a sus anchas. Es el hemisferio no verbal, el que permite que un futbolista, de una brutal patada, coloque un balón en un lugar preciso; el del tiro instintivo que no necesita de mecanismos de puntería, el disparo a tenazón, sin mirar, que no falla; la pedrada precisa y el cuchillo que respeta la carne apenas tapada por el brillo de las lentejuelas lanzado en el momento decisivo por el hombre del circo.

Los orientales, tan confusos y al tiempo intuitivos, lo llaman chi’i y piensan que es una energía que está en todas partes. Puede si aceptamos la existencia del alma universal, de la presencia del Ser en todas las cosas aunque las cosas no sean el Ser. Parece más sencillo apagar el dial del hemisferio izquierdo, algo que requiere una disposición mental que no es fácil pero que termina llegando y aumenta con la edad.

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El comunismo hace enmudecer al obrero, lo asusta y lo convierte en desconfiado; al campesino lo devuelve a la Edad Media; al estudiante lo lleva a la apatía y mansedumbre, al periodista lo hace adulador y castra a los artistas. La dignidad se apaga con terror y los valientes optan por callar.

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Oración a un dios acadio del II milenio a.C., traducida por un erudito al francés y arreglada por mí:

Señor, Dios Supremo de inteligencia insuperable. Cuando partes a la guerra los cielos vacilan, cuando alzas la voz el mar se perturba. Blandes la espada y retroceden las sombras. Nada resiste tu golpe furioso.

Señor que espanta, en el cielo brilla tu gloria y tus armas destellan en la tempestad. Tu llama aniquila montañas y levanta, furiosas, las olas del mar.