Un hombre muy importante

 

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Un escritor ensoberbecido dice que se ha esforzado mucho para que, en un libro que está haciendo, sea Cervantes quien escriba y no él. Como Cervantes está muerto y ni sus huesos están seguros hay que suponer que lo realmente dicho es que el espíritu del gran escritor se manifiesta por su mano. No por su cerebro, ojo: por su mano. Pues no hay más que desearle suerte para que el alma que se le aparece no sea un alma en pena y, además de robarle el poco seso que le queda, le rompa los cacharros de la casa..

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Son días de mucho trajín, de un lado para otro. Viendo monumentos en estado de calamidad por la incuria del tiempo, el poco dinero y la falta de criterio de quienes debieron mantenerlos. Lo más duro, lo que daña de verdad, es ver de qué modo han querido salvar algunos y lo que han hecho ha sido condenarlos a morir lentamente y sin remedio. O con remedio pero a un coste que será difícil asumir.

La moda Pedro-Picapiedra no sólo está cambiando el carácter de algunos pueblos de la región –en el que vivo, sin ir más lejos– sino que ha llegado también a las iglesias. El viernes estuve en una cuyo interior había sido despellejado y con la ordinaria mampostería (material constructivo y para ser revestido) rejuntada con cemento peleón. Ese innoble efecto de uñas sucias que producen tales rejuntados.

Decía Berenson, el viejo historiador del arte, que toda muestra de arte popular es la degradación de una obra culta. En pocas cosas queda tan clara su afirmación como en la moda Pedro-Picapiedra: en este pueblo el caserío histórico era mayormente blanco, encalado, hasta que los amantes del Patrimonio llegados de la capital se pusieron a despellejar edificios como locos. Ver eso la gente del pueblo y hacer lo mismo con sus fachadas ha sido rápido. Y casas humildes, que estaban tan bonitas con sus cien manos de cal, se han vuelto tristes y pretenciosas. Si le añadimos que las calles han sido cementadas y el suelo ya no respira salvo por los muros de las casas –con las consiguientes humedades– y que los veraniegos y olorosos pericos que crecían por todas partes entre la calle y los edificios, han desaparecido ahogados en cemento, el carácter del pueblo ha cambiado. Ya sólo falta que alguien se decida y arranque las chumberas que hay en la ladera de Altamirano.

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Y hablando de daños pocas imágenes tan crueles como la de las fieras fanatizadas destruyendo el arte de Mesopotamia. Esas imágenes –que no has visto al natural pero que ocupan un lugar importante en tu espíritu– reducidas a polvo y escombros con marras y martillos neumáticos, son muy hirientes. Algo parecido hicimos los cristianos con buena parte del legado clásico pero de eso hace demasiado tiempo para sentirnos culpables. Lo peor es ver en fotografías a las mujeres de aquellos países tomando el sol o posando en bikini, antes de la vuelta de Jomeini protegido por los servicios secretos franceses y aplaudido como regenerador del mundo por la crème intelectual. Es lo que tiene la geopolítica, que a veces confunde los tirachinas con bombas de neutrones.

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Pinto durante todo el tiempo libre que tengo y el fin de semana entero. Los cuadros se van acumulando y deben pasar del centenar. La mayoría son formatos pequeños, apuntes de paisaje o paisajes más elaborados, y una docena en tamaños grandes que reposan o esperan el momento propicio para darles ese empujón final que me lleva a la única forma honesta que conozco de acabar un cuadro: hoy por hoy ya no sé más.

La novedad es que, si antes podía inventarme un paisaje completo y que pareciese convincente, hoy no puedo dar dos pinceladas sin tener el tema delante. La ventaja es que antaño pintaba despacio y ahora resuelvo deprisa cada sesión. Y no insisto cuando veo que el tema no ofrece posibilidades. Posibilidades para mí, tal vez otro pintor se podría embeber en él y darle un acabado satisfactorio, pero no vale la pena la insistencia y la consiguiente pérdida de frescura si a medio camino veo que hay un error de principio. La tela y los colores se pueden comprar pero el tiempo no.

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Para el arte de la fotografía hay gente muy importante que no son conocidos del público y cuya misión no fue hacer fotos sino diseñar cámaras y objetivos. Entre ellos el más importante para mí fue Oskar Barnack, inventor de las Leica.

Es bastante probable que, de no haberla inventado él, alguien lo habría hecho porque la demanda estaba en el aire. O tal vez no: los aborígenes americanos no conocieron la rueda hasta la llegada de los españoles y, sin embargo, parece sencillo inventar algo tan funcional.

Un invento perfecto, la rueda. Se puede mejorar, cambiar el diseño tantas veces como se quiera pero no se puede modificar el hecho sustancial del invento: se trata de un círculo. Bien, eso o algo parecido es lo que pasa con las Leica y con Barnack.