Arquero sin arco ni flechas

 

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Otro año más que me doy el placer de no ir a Arco. Una tarde mirando pasar las nubes desde la ventana del estudio o subido en lo alto de un andamio me enseña más sobre la vida que esa deprimente muestra de la estupidez que algunas personas son capaces de alcanzar.

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Es una cafetera muy especial: vierte el café por donde le da la gana, lo pone todo pingando y, como te descuides, terminas con quemaduras de tercer grado. Ya estaba a punto de tirarla, maldiciendo otra vez la inventiva española, cuando he comprendido de golpe que no es que el diseño sea defectuoso sino que se trata de una cafetera que educa. Sí, te educa a servir café con la misma sutileza y un chorrillo tan fino como el de una señorita de hace dos siglos. Y he comenzado a mirarla de otro modo, de verdad.

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Los comunistas culparon muy pronto de todos los males a las iglesias del mundo –demasiado conocida la frase de Lenin sobre la religión y el opio– vertiendo sobre ellas toda la ira y crueldad de que fueron capaces. Los seguidores de Stalin en España se hicieron eco del asunto y son para verse las fotos de iglesias incendiadas, retablos y obras de arte destruidas, bibliotecas quemadas o expoliadas y, lo más cruel de todo, los muertos desenterrados y expuestos a la malsana curiosidad de la canalla.

Cerca de aquí, según me dio a leer alguien que lo había investigado, asesinaron al párroco de dos hachazos en la cara. Por supuesto en forma de cruz.

¿Por qué tanta saña, de dónde ese odio? Del hecho de que, para el comunismo, no puede haber dos iglesias o, si se prefiere, dos religiones. Los comunistas están convencidos de que, teniéndolos a ellos, la sociedad no necesita de ninguna otra creencia. De creer en algo que sea en las bondades y excelencias del Partido Comunista que corresponda. En la capacidad de obrar bien por y para el pueblo pero sin patrañas. El comunismo tiene cuanto necesita: una verdad revelada, profetas, santos, mártires, ritos y hermenéutica. En pocas palabras: los comunistas no sólo quieren tener la razón política sino también la razón moral.

Acusan al clero de llevar una vida privilegiada pero ocultan cuidadosamente sus modos de vida frente a un pueblo que se muere de hambre. Debió ser digna de ver la mansión de Ibárruri y otros apóstoles de la buena nueva, por no citar las conocidas fiestas de Alberti y María Teresa León en el palacio incautado, del que desaparecieron todos los libros valiosos (ya se sabe: los ricos sólo tienen los libros de adorno). En Cuba y Venezuela come quien come y van a la universidad los hijos del Partido. Incluso San Castro ha llevado una vida de lujos y excesos, acompañado de amigos de la Revolución como García Márquez y otros devoradores de langostas, como ha contado uno de sus antiguos guardaespaldas.

La sublevación militar del 36 no es justificable salvo por el abandono de la República a la mitad de los españoles. No debe ser agradable que levanten a tu padre de su tumba porque tenía tales o cuáles ideas políticas y le pongan un cigarrillo en la boca al cadáver. ¿Exageraciones? ¡Quiá! Hay fotos pero, además, está la vergüenza de las Tierras de Sangre centroeuropeas o la canallada de la guerra de los Balcanes para saber en qué clase de monstruo puede convertirse un ser humano corriente.

A la mujer de un antepasado de la familia se la repartieron. Tras echar a suertes las fincas uno se empeñó en que la señora era para él. No hay que decir que, como allí ganaron los sublevados, al tipo le dieron pasaporte y, de haberse tratado de mi madre, lo encontraría justificado.

¿Cuánta gente que no era fascista se unió a la sublevación a causa de los crímenes y desmanes? Pues todos los que no eran comunistas o anarquistas. Me he preguntado muchas veces qué hubiera hecho yo de haber vivido entonces y creo que hubiese imitado a Chaves Nogales: esto es un sindiós y no quiero saber nada, me largo. Probablemente sea una actitud cobarde y con base en el hecho de que nadie de tu familia está corriendo peligro (el ser humano se vuelve fiera cuando atacan a los suyos) pero se entiende muy bien.

En todo caso puede ser razonable pensar que, sin la permisividad de la República, sin el pancismo cómplice de Azaña, no hubiera tenido lugar la sublevación.

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No puede evitar la imitación, a su manera, de Sofinka Modernuska: junto a sus habituales paisajes refitoleros coloca unos instalaches para que no se diga. El caso es que siempre ha sido así esta mujer: una vela a Dios y otra al diablo.

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Leo una muy buena entrevista a Antonio López. Cuánto le ha costado atreverse a decir algo de lo que piensa. No es que diga gran cosa pero ya es algo. Es casi octogenario y ha debido convivir con demasiados matones y perdonavidas. ¿Cuántos le han perdonado la vida, precisamente? Atreverse con el realismo cuando todo el mundo pinta a escobazos no sólo requiere mucho valor, mucha confianza en ti mismo y fuerza interior sino también la habilidad de no pisar callos, que los modernos son muy sensibles y no pasan una. Si yo mismo he presenciado cómo intentaba trastabillarle un miserable con mando en plaza hace más de cuarenta años, qué no habrá vivido él para haber sido tan cauto, haber cerrado la boca de esa manera, como el que se pone un candado y tira la llave al río.

Ya no teme ni debe pero no es una persona vengativa, de las que guardan el rencor bien escondido para el momento oportuno. Y de verdad que me alegro mucho de que así sea porque, si bien es cierto que la moral del arte y la de la vida no son la misma, se agradece que, en algunos artistas, ambas lleguen a confundirse.