Convidando está la noche

 

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Se cogen un mecenas, un marco incomparable, tres músicos daneses, dos sopranos españolas magníficas y un percusionista cubano sobrado de talento y se tiene un concierto de música para no olvidar.

Así ocurrió la noche del viernes pasado en la iglesia de San Martín y lo que ofrecieron fue pura Música del Descubrimiento, música de aquí y de Hispanoamérica (cuando se escribieron esas obras se llamaban Las Indias aquellas tierras así que dejémoslo en lo dicho). El grupo de música antigua es Via Artis Konsort y lo componen en esta ocasión un clavecinista, que es el director, un violista da gamba, una arpista, dos sopranos, una de las cuales toca –además– el violoncelo barroco y la otra ayuda con la percusión cuando hace falta y un percusionista que también canta estupendamente llegado el caso y anima con el charango andino, coloreando la pieza.

Los daneses son Poul Udbye Pock-Sten, Anne Marie Høst Mortensen y Mogen Rasmussen. Las sopranos Maria Altadill i Briansó y Amaia Azcona Cildoz. El percusionista Ernesto Manuitt Hernández.

En el programa piezas españolas de Correa de Arauxo, Cabezón, Marín, Hidalgo de Polanco y anónimos. Metieron de relleno –pues están fuera de contexto– sendas piezas de Marais y Rameau, mayormente para lucimiento del violista y del trío danés. Y la parte del viaje musical al otro lado con unas piezas muy interesantes (las novedades no han hecho más que empezar pues los archivos se están peinando y va para largo): Esta noche yo bailá, escrita en Bolivia en el siglo XVII y que traduce el sentir de los esclavos negros en el nacimiento de Jesús. Convidando está la noche, obra mejicana de Juan García de Zéspedes que celebra también el nacimiento del Niño Dios. Y Cachúa la Serranita, un anónimo peruano del siglo XVIII muy hermoso.

El grupo hace música como hoy se interpreta la música antigua: viviéndola. Y para ello todo lo que tengan que hacer: cantar, tocar, percutir… No les importa –al revés, se nota que se lo pasan muy bien– hacer imitaciones de pájaros o cacareos de gallinas. Todo está bien si el público vive con ellos. Pero no pensemos inadecuadamente: esa música se hacía aproximadamente así y el grupo recrea con su interpretación un tiempo ido.

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Voy con el mecenas. Nuestra ciudad tiene la suerte de contar con José María Pérez de Herrasti, que es mecenas en el sentido más noble: alguien que protege las artes sin esperar otra cosa a cambio que la satisfacción de haberlo hecho.

Hoy se emplea muy mal la palabra mecenas. Se llama así a quien, exhibiendo su colección de arte (?), multiplica su valor varias veces; a quien crea un chiringuito más o menos cultural para recibir dinero público y a quien desgrava impuestos con este tipo de asuntos. Bien está con tal de que creen actividad que ayude a desbravar a la gente pero no son mecenas en el sentido que comento.

Pérez de Herrasti se ocupa con su dinero, el suyo propio y pagando contado, de adecentar iglesias –es un hombre de fe–, de comprar mobiliario e imágenes para reponer lo que el tiempo o la francesada se llevaron por delante. Y la música, aunque por edad él apenas puede disfrutarla pues anda con sonotones enganchados a las orejas. Por la cara que pone se nota que disfruta con el disfrute ajeno y eso es algo poco común.

Lo más de un aristócrata no es que sus antepasados conquistaran países o se batiesen fieramente con el francés para defender Ciudad Rodrigo. Lo importante es que fueron quienes hicieron a sus expensas todo lo que hoy nos permite amar el pasado: catedrales, iglesias y palacios. Hicieron posible las artes, amparando el talento, y llenando de cosas bellas y música lo hecho. Si hoy tenemos El Prado es gracias a la pasión de los Austrias por la pintura y escultura (aquí me siento tentado a poner el castizo punto y pelota).

En nuestros días la aristocracia es una clase deleznable, salvo unas pocas excepciones. Su principal cometido es casarse con toreros o mercenarias de largas piernas, ocupar espacio junto a los cantantes gritones o muermos en la prensa rosa, sin desdeñar incursiones por el amarillo. Pérez de Herrasti ha hecho de su vida exactamente lo opuesto. La ciudad, y especialmente los creyentes, tiene mucho que agradecerle.

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Y ahora, en ritornello, toca seguir con la Música del Descubrimiento. Ninguna ciudad tan apropiada como la nuestra para este cometido. Se empezó muy mal, con música del repertorio trillado y la intención equivocada: en lugar de proyectar ciclos de conciertos bajo el epígrafe adecuado, que atrajeran aficionados y profesionales a la ciudad, se optó por hacer una suerte de clásicos populares para que unos días al año unos cuantos vecinos se creyeran en el Teatro Real o en La Scala. Lo habitual: en lugar de que la gente se eleve nos bajamos nosotros. El genio de Chesterton lo expresó mucho mejor: No hay que incitar al pueblo a quemar palacios sino enseñarle a vivir en ellos. Todavía se está a tiempo de corregir el tiro. Con esto lo dejo.

 

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