Tanto poder

 

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A lo largo de nuestra vida existen momentos, episodios más o menos largos, que no parecen interpretados por nosotros. Cuando decimos: ¿Cómo pude yo cometer semejante locura? lo que estamos queriendo decir es que en esa situación y tiempo estuvimos enajenados, no éramos quienes habitualmente somos. O tal vez sí lo éramos pero en un fuera de sí, en un papel que no nos corresponde en el guión general de nuestra vida.

La locura no es sólo una enfermedad de la mente sino que a veces se confunde con las enfermedades del alma, que son más lamentables porque no se curan con química. Tal vez sea una defensa y como la dépense bataillana signifique la válvula de escape necesaria para que nuestras mentes no alcancen la locura patológica. Suele ponerse de ejemplo el enamoramiento y la ceguera, sordera y mudez que lo acompaña (faltas del alma, no del cuerpo) y no se puede dudar pues en el amor somos al tiempo que asumimos el ser de la otra persona, nos ponemos en su lugar con una intensidad que no suele darse en otros aspectos de la vida.

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Leyendo a Beevor me ha resultado atractiva su afirmación de que los soldados que se baten duro en primera línea suelen ser más compasivos con los vencidos que los que se quedan cómodamente instalados en la retaguardia. Pero es cierto: los batallones de ladrones y fusiladores raramente entran en combate directo. Y es un hecho que sólo quién conoce el valor necesario para superar el sufrimiento está en condiciones de perdonar a quien ha pasado por el mismo trance y no le ha salido bien.

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Leído, visto u oído en algún lugar: ¿Cómo hemos podido pasar en un par de generaciones del culto a la cabeza al culto del culo?

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Picasso se afilió al Partido Comunista francés en 1944, apenas liberada Francia. Lo cierto es que no fue molestado por los alemanes durante la Ocupación e incluso recibió sin problemas en su estudio la visita de jefes nazis amantes del arte, que disimulaban bien el horror oficial ante el arte degenerado. Para los comunistas de a pie la pintura de Picasso representaba la fruta podrida del capitalismo judío y lo cierto es que a esas alturas el pintor ya era dueño de una considerable fortuna amasada en gran parte gracias a la influencia de los hermanos Stein sobre otros coleccionistas norteamericanos de su misma religión. Louis Aragon, que fue un elemento decisivo en la conversión de Picasso, lo resolvió de manera muy astuta de cara a sus correligionarios: Picasso no era un pintor comunista sino un comunista que pintaba. De ese modo burlaba la estética oficial del bolchevismo (el realismo socialista) y justificaba las extravagancias picassianas.

Para conmemorar la feliz idea de Aragon Picasso hizo un regalo a Koba el Temible, una obra en la que podía leerse: A la salud de Stalin. Todo un brindis al fuego eterno pues mientras Picasso se enriquecía gracias a los judíos Stalin se dedicaba a perseguirlos y asesinarlos.

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El episodio me trae al recuerdo el terrateniente andaluz que se afilió al Partido Comunista y llegó a ser miembro del Comité de la región. Que se sepa jamás tuvo problemas con los obreros del campo.

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Lo veo en el periódico, con cara de mujer fea y quejándose del mundo. Siempre tuvo una excelente opinión de sí mismo, considerándose inteligente, profundo e incomprendido, no tanto por la idiocia generalizada de los españoles –que también– sino por la altura en que brillaba su pensamiento estético, realmente inalcanzable salvo que todavía hubieran vivido los grandes genios del Renacimiento, de quienes se consideraba par.

Y pensar que tuvo tanto poder que decidía quién sí y quién no. Podía cogerte una gran inquina –aunque no hubiese pasado nada entre vosotros– sólo porque se consideraba capaz de atisbar que su obra no te entusiasmaba. Su mayor castigo por el mal que hizo ha sido ver cómo el museo que le dedicaron con fondos públicos se cerraba por falta de visitas, esto es, de interés. El resto de su obra ha sido arreglarles salones, dormitorios y cuartos de estar a los poderosos. Lo consideraba al mismo nivel que cualquier obra de arte pero la imagen se fastidiaba tan pronto la señora de la casa decidía cambiar un sillón de sitio o deshacerse de unas cortinas cuyo color no acababa de entender.