Gatos, lobos y un retrato

 

Adorno en el cabello de Mª Agustina Sarmiento en Las Meninas

Adorno en el cabello de Mª Agustina Sarmiento en Las Meninas

 

 

A Velázquez con el retrato, en su etapa de madurez, le pasa lo que a los buenos paisajistas: el pincel siempre cae en el sitio adecuado, dejando la pintura conveniente. Los despintes pintan y un gesto rápido une figura y fondo, sin tropezones.

En la etapa de aprendizaje de todo pintor el pincel se maneja en un repertorio de gestos y posibilidades muy corto. Bastantes veces sólo para colocar pintura y fundir la pincelada con la siguiente. Pero si miras con lupa Las Meninas verás que el genio hace del pincel una herramienta multiusos que va mucho más allá de lo imaginable. Hay que verlo.

De ahí la extrema dificultad de copiar los Velázquez de su etapa madura: la forma es un conglomerado de gestos con pintura de diferentes densidades. Una cabeza rehecha, académica, por muy ajustada que esté en el original se puede copiar con oficio. Una cabeza de Velázquez es incopiable y has de recrearla de otra manera, por mucho oficio que tengas. Es la diferencia entre encerrar una figura dentro de unas líneas –aunque sean precisas– y traducir la visión natural, dejando sitio al espectador para que complete lo representado.

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Mi copia del retrato inicial del Papa Inocencio –y lo anterior no es disculpa– ha alcanzado un estado medio. Está reposando antes de entrar en el segundo asalto. Pintar así produce una tensión tan fuerte que, cuando te metes con otro cuadro, parece tan sencillo que hasta te mosqueas. Lo dejó dicho el tratadista: quien hace lo difícil puede hacer lo fácil pero no al contrario.

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Cuando no está mi hija voy a su casa a poner agua y comida a su gata. En mi casa hay un macho y, siendo animales de la misma especie, no pueden ser más diferentes. Uno y otro fueron rescatados, en diferentes sitios y momentos, de una muerte segura. Eran tan pequeños que no ha tenido lugar más impregnación que la humana. Sin embargo el macho viene de generaciones de domesticidad y la hembra tiene como pedigrí calles y tejados.

El macho es tan manso que ni una sola vez, en años, ha bufado o sacado las uñas a nadie. Si llega un extraño termina acurrucado y dormido en su regazo. Puedes jugar con él todo lo que quieras porque jamás te hará daño, tiene tan inhibida la violencia que hasta los mordiscos del juego los da sin apretar, como si supiese el punto exacto en el que dejan de ser juego. Lo mismo con las uñas. Cuando los pájaros bajan a beber a la fuente o a picotearle su comida los ignora por completo. No interrumpe una siesta o una meditación –los gatos son grandes pensadores– por semejante tontería. Podría escaparse del patio trepando por las enredaderas o un árbol pero ni lo intenta. Es feliz y el mundo, para él, termina bajo la buganvilla.

La gata es desconfiada y llevarla al veterinario es una odisea. Dentro de la jaula viaja un remolino de uñas, dientes y bufidos. A todo el mundo. Hay que sedarla por completo porque ninguno de los presentes osa abrir la puerta para que salga. Un gato furioso no es buena cosa.

Cuando voy a la casa de mi hija la gata zalamea conmigo, me hace maullidos cariñosos y se frota contra mis tobillos. Le pongo la comida y el agua, la acaricio mientras come pero me doy cuenta de que prefiere estar sola. Cada ruido que llega de la calle la pone alerta, deja de comer y escucha. Se escapó por los tejados siendo cachorra y Dios sabe dónde hubiera ido de no encontrarse con el jaulón de un vecino que tiene canarios. Era para verla en posiciones de ataque, intentando romper los alambres y acabar con toda aquella volatería asustada.

La diferencia entre ambos gatos es evidente para mí: han heredado una cierta disposición que se manifiesta en su carácter. La gata debe ser primera generación doméstica y es seguro que sus nietos serán diferentes a ella. Estas cosas se observan en los animales pero no es correcto decirlo de las personas, aunque también lo observes. Vi en la tele una entrevista con el niño-lobo de Sierra Morena (me interesan mucho estos casos) y el biólogo que tenía al lado intentaba por todos los medios que dijese que todos los animales de la sierra eran estupendos y nobles. El criado con lobos debió hartarse porque lo paró en seco diciéndole que no, que los animales eran como las personas, buenas y malas. Aquí lo dejo para no remover más fango.

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