Mirando al mar

 

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Me crié junto al mar, en el bronco Cantábrico, antes de que enjaularan la costa. M. y yo salíamos a pillear un rato y encontrábamos barcos por desguazar, maromas entre los diques para hacer de equilibristas antes de caer al agua quieta y sin sombras. Y naufragios. Barcos destrozados en las rocas, estupendos para investigar cuando se marchaba la galerna. Hachas de marino, linternas que no funcionaban pero eran un tesoro y –por milagro– una pistola lanzabengalas con toda su munición. La que armamos.

Y nunca más porque el internado estaba en el campo y más tarde murió la abuela. Y Madrid, el carboncillo y la trementina, Ch y un amor inextinguible que dura 47 años, con todas las mordeduras que la vida pega, sombras y fulgor, harpes et luz.

Estoy volviendo al mar, se está convirtiendo en costumbre. Pintor de marinas antes que de princesas. Se necesita tan poco. Y en verano es mejor que pintar en el campo, que tiene unos madrugones tremendos para que no se te fría el cerebro como le pasó al de Arles, con sombrero de paja y botijo.

Después de las lluvias los cielos son bellísimos en esta tierra de aire limpio y azules extensos, de mares de encina que se vuelven pintura veneciana sin codazos ni pretensión. Pero después, con la canícula, el azul desaparece sustanciado en una luz blanquecina y cegadora, que se come el paisaje y deja las sombras sin color.

Al oeste está el mar y es frío, bravo y poco amigo de los bañistas. No te puedes fiar de él por lo traidor, por la resaca, que la ves desde arriba del acantilado pero se vuelve invisible cuando estás en la orilla. Y la fuerza con que ataca la arena, excavando pendientes y revolcando lo vivo.

Tengo unos cuantos lugares donde quedarme a pintar y, según el pronóstico del tiempo, tiro hacia uno u otro. Si la marea viene dura mejor hacia las rocas, por el estruendo y el olor de las algas reventadas, el blanco lechal y tremendo de la rompiente y el jade agrisado del rebalaje.

No es un mal programa para los próximos años ir deslizándose hacia allá para cerrar el ciclo de la vida.

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Detesto mucho, ya lo sé. Pero no escribo esto para embellecer el retrato. Son mis detestaciones y yo, en un paquete cerrado. Hoy le toca al disgusto que me provoca el dibujo de dibujante, el dibujo con estilo, tanto como amo el dibujo de pintor. Un dibujo sin asuntos previos (eso es el estilo, cargazón vieja y prejuicios) que sirve para indagar en lo que está delante, sin perderse ni perder el tiempo en los detalles. Aquello que decía el viejo sátiro y que, leído en la juventud, permanece grabado a fuego: El detalle es contrario a la dignidad del arte.

Un dibujo que, en su máxima expresión, no existe porque la luz, el aire, carecen de bordes. No hay separación entre dibujo y pintura. Se dibuja al tiempo que se pinta. Buscar los bordes es útil para los escultores, no para el pintor. El escultor trabaja con la forma y ésta sí está limitada en el espacio; tiene sentido que afine el lápiz y busque la abstracción que supone la línea. Y sin embargo, desde las últimas piedades del Buonarroti…

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El mayor elogio que se puede hacer de un retrato pintado es el parecido que no arrebata la dignidad del retratado. Cuando menciono dignidad me refiero a la que tiene derecho por ser persona humana. No hay casticismo alguno en mandar a Juan de Pareja con su retrato. Hay milagro.

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Aunque no me arrastren, me gustan Durero, Van Eyck y otros minuciosos. Lo extraño, podría decirse que enigmático, es por qué los realistas fotográficos actuales resultan relamidos, estomagantes, y los antiguos no. Eso hay que dejarlo para otro momento.

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Nada que ver con princesas del botox y la silicona. Con una vez hubo suficiente. Estoy con un tema del Romanticismo, dándole vueltas: La Muerte y la Doncella. Tengo un esqueleto tamaño natural y sé lo que hacer con él pero me falta la doncella. No es importante que lo sea formalmente pero necesito su belleza.

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La turbación que nos produce la belleza es anticipo de la Epifanía. A través de sus ojos puedo atisbar el Misterio, aun sabiendo que esa Belleza es un reflejo desvaído de la Idea tras la que se encuentra el Ser.

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Decir lo que pienso de la traducción del Quijote al Quijote perpetrada por el de Torío me ha costado la amistad virtual con una escritora. En mi casa hay un par de obras de su padre, escultor. Una la gané trabajando y la otra me la cambió el autor por un cuadro mío. Su madre me tuvo aprecio y yo a ella, trabajaba en el negocio de mi marchante de entonces. Me apena un tanto, pero no por la muchacha sino por la alta estima en que tengo a sus padres. Al tiempo lo comprendo pues el traductor del Quijote al castellano tiene pleno control sobre dos editoriales y el único libro leído por mí de esta poetisa apareció en una de ellas. Primum vivere, etc.