Todo tan normal

 

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Cuánto tiempo hace que El Prado no reúne los requisitos imprescindibles para ser considerado museo. Tanto que hasta los requisitos se han olvidado. Seguro que si preguntas a los gestores (el tiempo es suyo) pensarán que estás loco. Nos colonizaron los norteamericanos con su idea del museo juguetón y artefacto rentable. Eso le gusta a la Administración, ahí es nada ahorrar en cultura para no tener que ahorrar en cosas de más fuste.

Dos puntos cardinales: acoplar a los funcionarios de Turismo en las instituciones culturales y aggiornar El Prado para que sirviese de aval. Los jóvenes no saben, los más viejos se han muerto y los que quedan no quieren hablar.

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A lo largo de la vida hay ocasiones, situaciones, tiempos, en los que no actuamos razonablemente. O sea, actuamos como locos.

Para los demás somos, extenso e intenso, lo que fuimos en el tiempo que nos trataron. Y eso hasta un punto que, por muchos años que pasen, negaremos que esa persona pueda ser de otro modo. Aun si la tenemos delante pensamos que se trata de una ilusión, que el verdadero X es el que nosotros sabemos, carne de frenopático o de cadena perpetua.

Un fotógrafo de los 70 se planteó hacer un reportaje sobre los editores holandeses de pornografía. Cuando descubrió que se trataba de gente corriente, de niños y mesa-camilla, aburridos y sin interés, se negó a aceptarlo. Todavía le da vueltas.

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La nota común y más abundante en los modernos es la mitomanía. Puede decirse que sin ella no estás ante un moderno. Con algo han de sustituir santos y beatos. Gran esfuerzo intelectual del XIX que termina en Rita Hayworth.

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Un estudio riguroso es una pelea a César o nada. Esa lucha no tiene que ver con las tontadas del inconsciente, el dripping, la pulsión y toda esa m… Hablo del esfuerzo por la realidad, no por el realismo.

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Les gustaba Blondie a rabiar pero tuvieron que conformarse con Alaska.

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El humor consistía en reírse de las desgracias de los demás, raramente de las propias. Alguien dejándose la dentadura contra el bordillo de la acera tenía tanto chiste que las risas podían durar semanas.

Figuras recurrentes eran el tonto y el lisiado pero no se le hacían ascos al cuatro ojos o gafotas y al gordo. Un niño que quisiera triunfar de gracioso debía formar corro alrededor del cojo y gritar: ¡Cojitranco, que parece que te han arrancado la pata del culo! O hacer muecas a los ciegos, que también daba puntos.

En aquellos años, con la guerra no distante, había tullidos por todas partes y no faltaban ocasiones para las risas. Un poco más tarde, en el cine primero y la televisión después, triunfaban los cómicos haciendo de tonto de pueblo, de retrasado mental o de paleto. La gente se partía de risa sin saber que aquello terminaría siendo penado socialmente y los cómicos encarcelados si en el presente saliesen a escena o pantalla con tales números. Y parecía todo tan normal.