Lección de dibujo

 

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Dibujaba muy bien pero no sabía dibujar. Ante los modelos desnudos hacía unos monigotes bien articulados pero que no tenían nada que ver con lo que estaba mirando. O mejor, con lo que no miraba pues no dibujaba lo que veía sino lo que sabía. Idéntico mecanismo mental al del niño pequeño cuando le pides que dibuje un árbol y hace un estereotipo.

Era un estudiante con mucha habilidad manual y por eso no miraba el modelo: total, si yo sé cómo es una mujer desnuda. Es el problema de los habilidosos y la razón por la que fracasan en el arte con frecuencia, dándonos unas obras carentes de alma pero llenas de virtuosismo. Y hay mucho público para eso, gente dispuesta a confundir el circo con el arte. Es que hacer esto es muy difícil. Ojalá fuera imposible, decía Z.

Resulta muy fácil para el maestro desarmar al alumno habilidoso. Es uno de los vicios que con mayor facilidad se corrigen. Para empezar, basta una plomada. Un pesito con una cuerda fina. Le dices al alumno que coloque el plomo –una línea vertical exacta– en el borde de la oreja, por ejemplo, y que observe el resto de puntos anatómicos relevantes por los que pasa. Después le dices que haga lo mismo con su dibujo. Lo había dibujado tan bien y resulta que todo está fuera de sitio. ¿Qué tal si intentamos que en tu dibujo la línea del plomo pase por los mismos puntos que en el natural? Ya está desarmado y sabe que no sabe. Tendrá que aplicarse al natural si quiere progresar pero también podría ser que se rebote y haga de la necesidad virtud, en cuyo caso está perdido para siempre: seguirá dibujando muy mal pero con una habilidad extraordinaria.

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Una persona sectaria tiene la mente cerrada. Tal cerrojo expresa lo mucho que le ha costado llegar hasta las ideas que sostiene y no está dispuesto a que se las remuevan. Por eso puede decirse que el sectario es, además, poco inteligente aunque en ciertos casos parezca lo contrario. Va de suyo.

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Se molesta conmigo porque he escrito que las románticas Brigadas Internacionales estaban compuestas por comunistas de diversos países y eran mandadas férreamente por los mandos soviéticos enviados a España por Stalin. Son hechos pero hay personas que prefieren no mirar de frente.

Dice que me retira el saludo, que parece mentira que una persona como tú… Te das cuenta de que aquello que es más fácil de demostrar es también lo que más ofende.

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En la vida nadie acierta o se equivoca en términos absolutos. No depende de tu elección sino de circunstancias y factores imprevisibles. El que parece que acertó eligió tan a ciegas como el fracasado. La diferencia es que uno no acepta las consecuencias de su elección y el otro sí. En esa aceptación se vuelve a poner el bombo en marcha y se doblan las posibilidades. Tú ves unas lentejas lavadas y el otro ve un suculento plato de legumbres y eso le lleva a pensar que en su casa se come muy bien. ¿Se lo cree? No al principio pero termina por hacerlo.

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En sociedad la baba es fundamental tanto para el que la produce como para el que la recibe. De hecho no eres nadie si no te babean en mayor o menos medida. El que babea sabe por qué lo hace y es un práctico de la vida. Ofrece baba que el babeado acepta gustoso porque él también babeó cuando tocaba. Más tarde aceptó su grandeza pero comprende que sin baba no hay trompetas.

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Cuando se va a liquidar a alguien siempre se hace lo mismo: conocer sus flaquezas y ponerles una lupa de mucho aumento para hacerlas monstruosas y eliminar el contexto. Utilizar verdades para mentir y rematar el capirote con algún pecado socialmente imperdonable. El tipo de pecado depende del terreno en que se le quiere cavar la tumba.

Parece asunto de espías y agentes de La Internacional pero es tan viejo como el mundo. Tan fácil y tan eficaz.

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Lo reconocí según se acercaba porque ya había comprado obras anteriormente, cuando yo hacía pintura moderna. Ahora venía a insultar. El cambio, tras cinco años de silencio, había tirado por tierra sus esfuerzos y era culpa mía que su colección se viera perjudicada. Me dieron ganas de salir corriendo para encerrarme otra vez en el campo, al abrigo de la gente que se hace un favor comprando pintura. No por lo feroz sino por lo mentecato, por haberse dejado convencer de que los impresionistas, Van Gogh y el resto, menudo negocio, tú.

Mejor el que me dijo abiertamente que invertía mucho en pintura moderna pero que otros lo hacían por él, que no sólo no entendía sino que no le gustaba, que las obras se almacenaban en un polígono industrial, que no había ido nunca a verlas ni pensaba hacerlo. Al salir al jardín para despedirnos había dos espléndidos pomelos recién caídos del árbol. Se agachó y me los regaló, haciendo inevitable que yo pensara que es un hombre de espíritu.